La pizarra de Yuri: octubre 2009

jueves, 29 de octubre de 2009

Hijas de la Lluvia 08: Cante jondo de la extinción


fL
(Tiempo de supervivencia de las civilizaciones que realizan comunicaciones interestelares)



Las iteraciones continúan. La entropía siempre termina por vencer, y nuevas fluctuaciones destruyen la obra de las anteriores. El universo entero evoluciona, igual que la vida; cambia, se transforma, surgen cosas nuevas y muere lo viejo, avanzando siempre hacia el Gran Frío Final: la muerte térmica del universo, que se producirá aproximadamente dentro de 10100 años. En el camino, ya se verá si hay materia y energía suficiente en este cosmos para que colapse hacia un Big Rip o un Big Crunch (esas condenadas cuentas de materia y energía oscuras que no acaban de salir). O simplemente se queda así, helado y muerto, durante toda la eternidad.

En todo caso, las fluctuaciones que mantienen la vida y la civilización tecnológica en un mundo determinado se disolverán mucho antes. En el caso de la Tierra, como ya te dije en el capítulo anterior, cuando el Sol alcance la fase del helio se expandirá en forma de gigante roja. Todo lo que haya más acá de Júpiter quedará abrasado, esterilizado y muerto. Dentro de unos cinco mil millones de años, y ya llevamos aquí 4.500.



A partir de ahí, sólo podemos especular. ¿Cuánto tiempo puede sobrevivir la vida en un planeta? ¿Y una civilización tecnológica? ¿Qué pasa si su sol evoluciona más deprisa o más despacio que el nuestro? ¿Qué clase de catástrofes pueden erradicar toda vida en un sistema solar, o varios? ¿Cuál es su probabilidad?


Todo lo que empieza, terminará. Eso es seguro. Si no otros, lo harán esos sucesos monumentales del fin del universo presente: el Gran Frío, el Gran Desgarro, el Gran Crujido (Big Freeze, Big Rip, Big Crunch). Pero sabemos que en la Tierra la vida ha resultado ser brutalmente feraz, capaces de sobrevivir a transformaciones y fenómenos catastróficos de gran calado. Las hipótesis más fuerte sobre la formación de Luna apunta a que ésta se separó de la Tierra cuando un objeto del tamaño de Marte al que llamamos Tea nos golpeó con inusitada violencia, mientras aún terminaba de formarse el sistema solar. Según algunos indicios, ya podía haber vida por aquel entonces, aunque fuese siquiera como proteínas arcaicas aferradas a una corteza aún caliente. El impacto fue inmenso, el más grande que ha visto este mundo jamás. La corteza en formación se fragmentó y se hundió en el magma ardiente del manto; una gran burbuja de materia terrestre y teana salió despedida a órbita para formar la Luna. Se trató de una verdadera catástrofe cósmica.

Y la vida, la hija de la lluvia, fue capaz de sobrevivir. La saga del ADN terrestre prosiguió, dicen que cayendo de nuevo a la superficie junto al resto de pedazos, después de pasar algún millar de años en el espacio exterior.


De todas formas, aunque no hubiera habido vida por aquel entonces, sí la había con bastante probabilidad cuando se produjo el Intenso Bombardeo Tardío: miles de meteoritos de gran tamaño cayendo hacia el interior del sistema solar. No te habría gustado estar allí. Fue el Intenso Bombardeo Tardío el que le dejó a la pobre Luna la cara como la tiene, llena de cráteres, y a nosotros también; lo que pasa es que en la Tierra, un planeta vivo, la deriva continental, la erosión, la sedimentación, el agua y el aire han hecho desaparecer la mayoría de las cicatrices a lo largo de todo este tiempo. Fue una constante tormenta de aerolitos de gran tamaño, una extinción como la de los dinosaurios cada cien años.

La hija de la lluvia sobrevivió al Intenso Bombardeo Tardío.

Y muchas veces más. Lo de los dinosaurios, bien mirado, fue una bromita cortesana. Hace unos 251 millones de años se produjo lo que llamamos el Gran Morir. O, más técnicamente, el Evento de Extinción del Pérmico-Triásico. Algo muy malo le pasó a la Tierra aquella vez. Aún no sabemos muy bien qué fue, pero sí sus efectos: acabó con el 96% de las especies marinas y el 70% de los vertebrados terrestres, incluyendo a ocho órdenes enteros de insectos, que ya se sabe lo resistentes que son. El 57% de las familias y el 83% de los géneros biológicos desaparecieron para siempre en las tinieblas de la extinción.

Cincuenta millones de años después, era como si no hubiese pasado nada, y la evolución había producido una gran diversidad de seres nuevos de quienes nosotros descendemos. Fuera lo que fuese, la hija de la lluvia también sobrevivió al Gran Morir.

Planetoides, lluvias de meteoritos, supervolcanes del tamaño de continentes, envenenamientos geológicos globales del agua y del aire. Y nada. La hija de la lluvia continuó su marcha por los eones, cada vez más resistente, cada vez más poderosa, cada vez más inteligente.


¿Qué clase de cosa puede matar algo tan tenaz?

Hay algunas. Un brote de rayos gamma muy próximo y potente, por ejemplo. Aunque dice la NASA que ya hemos sobrevivido por lo menos a alguno. Otra posibilidad es que sucediera una catástrofe del carbono, que por efecto invernadero calentara la superficie terrestre en demasía, como ya le ocurrió a Venus. En general, cualquier cosa que modificara la zona de habitabilidad del sistema solar.

Pero la hija de la lluvia lleva aquí unos cuatro mil millones de años. Y pico. Una tercera parte de la edad del universo. Sólo nos queda otro tanto en este planeta, antes de que el Sol empiece a expandirse. La ruleta ha girado ya la mitad de las veces. Y, hasta el momento, no ha salido el doble cero de la extinción total.

¿Y qué hay de la inteligencia? ¿Qué hay de las civilizaciones tecnológicas capaces de practicar comunicaciones interestelares detectables? ¿Pueden sobrevivir –y sobrevivirse a sí mismas– largo tiempo? ¿O son sólo una burbujita, algo que surge y desaparece antes de dejar siquiera una huella visible en el esquema cósmico de las cosas?


Bien, nuestra experiencia al respecto es de cierto sucinta. Sólo conocemos una: nosotros. Y ni siquiera emitimos aún señales capaces de distinguirse del ruido de fondo verdaderamente lejos. Según el loco de los marcianos y astrofísico Nikolay Kardashev, cofundador del masivo programa SETI soviético, seríamos una civilización de tipo I, o incluso menos.Para hacerse oír realmente fuerte en el cosmos, hay que superar el tipo II y aproximarse, como poco, al III.

Hay al menos dos perspectivas posibles en este debate. Una es que las civilizaciones tecnológicas, por su complejidad y dependencia de una única especie (o, hipotéticamente, un número reducido de especies) serían extraordinariamente frágiles y minúsculas en la inmensidad de un cosmos peligroso y hostil. Otra, apunta que la inteligencia constituye una herramienta poderosísima para garantizar la supervivencia y la expansión mucho más allá de lo que una especie podría conseguir sólo con sus medios biológicos; y que, por tanto, es posible superar ya no sólo un desastre planetario, sino incluso largarse de casa en caso necesario. Una tercera vía, muy popular desde la invención de la bomba atómica, apunta que la inteligencia es sin duda una fuerza potentísima, pero tanto para asegurarse la supervivencia como la extinción por propia mano.


No lo sabemos. De esto sí que no tenemos ni idea. Sólo nos conocemos a nosotros mismos, y ni siquiera muy bien. Llevamos muy poquito tiempo existiendo: en nuestra forma actual, apenas doscientos mil años, un breve chispazo en los abismos del tiempo cósmico. La civilización humana, apenas diez mil. Y nuestra capacidad de realizar comunicaciones estelares tiene poco más de cien, cincuenta si nos ponemos estrictos.

De momento, a pesar de todo, parece que no lo hemos hecho tan mal. Seguimos aquí, y mira que a veces estuvimos a punto de liarla bien gorda.

Hay una tenue esperanza. Quizás sea de interés apuntar que, bien debido a la explosión del volcán Toba o por nuestros propios problemas de poca diversidad genética, hubo una vez en que la población humana se redujo. Se redujo mucho. Gente que caminaba, pensaba y sentía como nosotros se vio empujada al borde de la extinción, incluso antes de llegar a salir de África bajo nuestra forma actual de homo sapiens sapiens. Estuvimos a punto, muy a punto, de no ser más que otro experimento fallido de la evolución. En vez de nosotros, pudo perfectamente ganar el Neandertal. Maldito fuera.


Y, ¿sabes qué? La hija de la lluvia sobrevivió también a aquella vez en que no éramos muchos más de mil. Y luego, extinguimos al Neandertal en la guerra más larga y brutal de todos los tiempos. Buenos somos nosotros para que nos vengan a disputar la tierra, el cielo y el mar.

Próximo capítulo en La Pizarra de Yuri el jueves, 05/11/2009: N ≥ 1.


EL LIBRO DE LA PIZARRA DE YURI:
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miércoles, 21 de octubre de 2009

Una pausita

Debido a exigencias laborales, voy a estar unos días con más bien poco tiempo. Así que, descontando algún comentario breve que me apetezca hacer, no podré preparar artículos nuevos hasta la semana que viene.

Por ello, la publicación del siguiente capítulo de Hijas de la Lluvia queda pospuesto al jueves, 29/10/2009. Publicado.

Gracias por vuestra comprensión.  ;)

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domingo, 18 de octubre de 2009

El estado de la religión en España

Secularización e indiferencia generalizada, diversidad, sincretismo y
lento ascenso del escepticismo caracterizan a la sociedad española del siglo XXI.

Una de las curiosidades de la bastante curiosa democracia española es que, en general, no se habla de religión. La religión está ausente del discurso privado común, y mucho más aún del discurso público. Hablar de religión en público es, en la práctica, hablar de política; y en cuanto al ámbito privado, parece aún más tabú que conversar sobre sexo (mucho más, ahora que lo pienso). Entre unas cosas y otras, la religión existe en España bajo la neblina de una zona gris donde nadie se atreve a mirar mucho, no sea que no le guste lo que ve. Cualquier acción pública de los representantes religiosos se vive como un ataque de la religión, y cualquier intento de debatir a la luz pública las cuestiones religiosas se vive como un ataque contra la religión.

Hablando de creencias, este que te escribe cree en algunas cosas. En la luz y los taquígrafos, por ejemplo. Y hay otras en las que no cree, como en meter las cosas debajo de la alfombra, a ver si ahí no incomodan mucho. Trataremos, pues, de levantar aunque sea un piquito de esta alfombra para echarle un vistazo a plena luz del día a la religión y la espiritualidad en España.

Identidad religiosa en España


No ha sido fácil recopilar la información para escribir este artículo. Los datos son pocos y dispersos, los análisis resultan unidimensionales, y en general parece como si en efecto mirar las creencias en España fuera de tan mal gusto como mirarle las partes pudendas a la vecina. Uno de los pocos estudios estadísticos lo bastante constantes como para deducir las tendencias a lo largo de los años es obra del Centro de Investigaciones Sociológicas, que lleva haciendo algunas preguntas al respecto a los españoles desde al menos 1996. Son dos preguntas muy básicas: auto-identificación religiosa y nivel de práctica de la religión. Menos da una piedra. Así, sabemos que en julio de 2009 un 76% de los españoles se declaraban "católicos", un 13% "no creyentes", un 7,3% "ateos" y un 2,1% "creyentes de otra religión".

Algunos aspectos quedan un poco oscuros. Por ejemplo, el estudio del CIS hace referencia únicamente a personas con nacionalidad española. Sabemos que en España viven unos cinco millones y medio de extranjeros (fuente: INE), de los cuales algo menos de un millón proceden de países con tradición musulmana, otro millón de países con tradición cristiana ortodoxa, y el resto de estados con tradición cristiana en forma de catolicismo y protestantismo. Atribuyendo estas correcciones así un poco a lo bruto, obtendríamos la siguiente aproximación de la identidad religiosa entre la población española total:



Principales creencias de España: catolicismo y... no creencia.


Otro aspecto un tanto oscuro es la diferencia entre "no creyentes" y "ateos". Los ateos están más o menos claros, pero resulta imposible determinar si la autocalificación de "no creyente" quiere decir "agnóstico", "escéptico", "indiferente" o incluso "ateo sin ganas de bronca". O una mezcla de todo ello. Por suerte, para arrojar un poco de luz al respecto, contamos con un documento singular: el Eurobarómetro Especial 225 de junio de 2005 (pág. 9), elaborado por el grupo británico TNS.

Según este trabajo, el 59% de los españoles declararon "creer en un dios", el 21% en "alguna clase de espíritu o fuerza vital" y el 18% en "ninguna clase de espíritu, dios o fuerza vital". Este 18% se parece mucho al 17,4% de "no creyentes" y "ateos" calculado por el CIS en las mismas fechas, lo que por un lado vendría a validar estos estudios, y por otro nos conduce a pensar que los "no creyentes" y "ateos" formarían en realidad un grupo único caracterizado por su escepticismo en materia religiosa, o falta de fe, y separado únicamente por cuestiones semánticas o de matiz. El número de españoles diversos en los matices pero esencialmente no creyentes ascendería, pues, en la actualidad a unos siete millones de personas: uno de cada cinco ciudadanos de esta nacionalidad mayores de 18 años.

Diversidad y sincretismo en el catolicismo español.

Resultará sin duda interesante estudiar con mayor profundidad al grupo mayoritario que se declaran "católicos", y que vienen a constituir el 76% de la sociedad española. Cualquier persona que salga a la calle sabe que pocos de ellos son católicos practicantes a machamartillo, y que en general la gente pasa bastante de las opiniones morales, religiosas y sociales de los dirigentes eclesiásticos. Y, como decíamos al principio, de la religión en general. Pero, ¿hasta qué punto esto es cierto? ¿De verdad es la religión tan poco relevante en la vida cotidiana de los españoles, o hay una "religiosidad oculta" que no se expresa públicamente pero importa en privado? ¿Qué es ser católico en España, hoy?

Una primera contestación a estas preguntas nos viene de otro Eurobarómetro, el nº 69 de noviembre de 2008. En sus páginas 15 y 16, descubrimos que sólo un 3% de los españoles consideran la religión como un valor importante, muy lejos de la paz (45%), el respeto a la vida (42%) y los derechos humanos (38%). En realidad, es el menos relevante de los valores propuestos a los entrevistados, y está muy por debajo de la ya de por sí débil media europea del 7%. Sólo hay un país que le otorgue menos importancia: Portugal. Otro estudio del CIS (enero de 2008) coincide en afirmar que la religión, junto a la política, constituyen los "aspectos menos importantes" en la vida de los españoles.

Más intrigante resulta analizar las características de esa fe católica que afirman profesar la mayoría de los españoles. Si recordamos el Eurobarómetro Especial 225 mencionado antes, el 59% afirman "creer en un dios", el 21% en "alguna clase de espíritu o fuerza vital" y el 18% en "ninguna clase de espíritu, dios o fuerza vital". Vimos que ese 18% venía a coincidir con el número de "no creyentes" y "ateos" en las estadísticas del CIS, lo cual es bastante lógico.

Sin embargo, si un 76% de los españoles se declaran católicos pero sólo un 59% cree en "un dios" en el sentido clásico, monoteísta, del término... significa que al menos un 17% dice ser católico pero no creer en un dios sino, en el mejor de los casos, en "alguna clase de espíritu o fuerza vital". ¿Cómo es esto posible?


Esto nos conduce a la singular cuestión de los "católicos no practicantes", que según otro estudio del gallego Obradoiro de Socioloxia, constituirían la mayoría absoluta de los españoles (y de los católicos españoles): el 51,3% de la población (y el 64% de los católicos). ¿Y qué es un católico no practicante? Pues la verdad es que nadie lo sabe muy bien. O quizás sí que lo sabemos todos muy bien: es la persona más corriente de esta sociedad, que celebra las bodas, bautizos, comuniones y entierros por el rito católico pero no se le ve el pelo en misa, "cree en Dios pero no en los curas", suele estar en desacuerdo con el discurso de las jerarquías eclesiásticas y en general vive su vida como un no creyente.

Como mencioné al principio, el Centro de Estudios Sociológicos viene también preguntando a los españoles por su asistencia a los oficios religiosos. Y en este caso, la respuesta entre los creyentes resulta abrumadora: un 58,2% no pisa las iglesias más que para los actos sociales. Tan solo un 15,3 va a misa "casi todos los domingos y festivos" o más a menudo, y un 26,1% "algunas veces al mes" o "varias veces al año".



El Obradoiro de Socioloxia, que yo sepa, ha sido el único en preguntarle a sus encuestados en qué creen exactamente. Y de nuevo, sus respuestas nos aportan sorpresas. Más de la mitad de los "católicos no practicantes" no creen que Cristo fuera Dios o hijo de Dios, que naciera de una virgen o que resucitara al tercer día (curiosamente, tampoco lo creen un 20% de los que se consideran "practicantes"). Y más del 60% no creen en el cielo ni en el infierno, en los milagros, en Adán y Eva, en la creación divina del universo o en la supervivencia del alma tras la muerte. Extraordinariamente, sólo el 54% de ellos dicen "creer en Dios", lo que viene a aproximarse a ese 59% que, según el Eurobarómetro, "creen en un dios".


Uno podría preguntarse qué clase de católicos son estos, y también por qué se identifican como católicos ante los encuestadores y eligen a la Iglesia Católica Romana para sus ritos sociales.

Más curiosa resulta su fe en cuestiones esotéricas y paranormales, que entre los no creyentes es residual, desmintiendo aquella frase de G. K. Chesterton según la cual "quien no cree en Dios cree en cualquier cosa". Por el contrario, más del 15% y hasta la cuarta parte de los católicos (practicantes y no practicantes) tiene fe también en la astrología, el mal de ojo, la reencarnación, los fantasmas, la videncia, la comunicación con los muertos y la existencia de personas con poderes maléficos, como las brujas; todas ellas, creencias heréticas e incluso malignas según la doctrina católica. Entre no creyentes, en cambio, la cifra rara vez llega al 10% y normalmente está muy por debajo.

¿Sabes una cosa? Por experiencia personal, doy por buenos estos datos. A fin de cuentas, a las consultas y teléfonos de videntes no les falta clientela, a los sanadores por los santos tampoco, y cualquier conversación ligera sobre tales cuestiones en los barrios y pueblos de España saca a la luz personas que realmente tienen fe estas cosas. Muy rara vez son no creyentes o ateos, sino gente que normalmente se declara católica.

Alcanzaríamos así la conclusión de que una parte significativa, incluso mayoritaria, de los españoles albergan en realidad una gradación sincrética de creencias mixtas, frecuentemente contradictorias con la doctrina eclesiástica, que nominalmente se llaman católicas pero difícilmente se pueden calificar como tales según cualquier criterio razonable. Por otra parte, a excepción del pueblo gitano y su conocida tendencia al evangelismo, los españoles tampoco han derivado a formas alternativas de cristianismo organizado, bajo banderas protestantes, ortodoxas o de cualquier otra clase. El judaísmo, el Islam, los Testigos de Jehová o los demás milleritas y otras minorías siguen siendo meramente testimoniales, así como las denominadas sectas.

Composición sociológica de la religiosidad en España.

Atendiendo a los datos del Obradoiro de Socioloxia, existe una segmentación bastante definida de las creencias en España. Claramente, las personas más mayores y las de menor nivel cultural son las más proclives a creer en los dogmas esenciales del catolicismo (véase el gráfico anterior). Entre la gente menor de 30 años y/o con estudios superiores, ni uno solo de ellos alcanza el 50% y con frecuencia no superan el 35%.

La creencia en cuestiones esotéricas y paranormales, en cambio, está más extendida y hace acto de presencia en los menores de 30 años y las personas con estudios medios, aunque generalmente sin superar el 30%.

En ambos casos, las mujeres son más creyentes que los hombres, con una diferencia en torno a los quince puntos porcentuales.

La religiosidad en España parece haber evolucionado, pues, a un "mar" informe de creencias sincréticas y difusas a las que no se da demasiada importancia en la vida cotidiana, sino sólo en ocasiones puntuales. Y en este proceso, el compromiso con la religión y con formas organizadas de religión ha ido decayendo lenta pero constantemente. Veámoslo.

La evolución de la religiosidad en España.

Nuestro país aún se halla en la zona media-alta de la religiosidad europea, con Francia y varios países nórdicos y bálticos en la parte inferior, mientras que Italia, Polonia, Portugal, Grecia, Chipre y Malta (y Turquía, si entrara en la Unión) son los más creyentes. España, pues, sigue inmersa en la tendencia general de secularización, sincretismo y pérdida de religiosidad organizada que viene caracterizando a las sociedades europeas sin que los varios intentos de las distintas iglesias para reevangelizar o revitalizar la fe tradicional en nuestras sociedades parezcan tener efectos a largo plazo.

Esta tendencia se ha plasmado claramente a lo largo de la última década. En el periodo 1998-2009 el porcentaje de no creyentes y ateos casi se ha duplicado, a costa de los creyentes. Este fenómeno se dio sobre todo entre 1998 y 2005, seguido de una estabilización a lo largo de los siguientes cuatro años y un repunte del escepticismo en el primer semestre de 2009:




Pero esta caracterización que, como hemos visto, es más nominal que otra cosa no refleja el verdadero descenso de la religiosidad organizada –y esto, en España, es decir la Iglesia Católica Romana–. Más allá de la denominación que se dé cada cual, los españoles están abandonando los templos a millones. Los datos de participación en los actos religiosos son impresionantes y hablan por sí solos:




Cabe reseñar que 2004 fue el primer año en que el número de ateos y no creyentes superó al número de católicos que participan en los oficios todos o casi todos los domingos y fiestas de guardar o más a menudo. Para quienes gustan de asociar estos procesos al carácter de los partidos en el gobierno, sin duda les interesará observar que el descenso más acusado de la religiosidad organizada se produce en el periodo del Partido Popular (1996-2004), mientras que durante la pasada legislatura socialista (2004-2008) se constataba una estabilización hasta el reciente repunte del escepticismo y el desapego religioso en 2009. En cuanto a las autoridades eclesiásticas, las mayores caídas se observan siendo Presidente de la Conferencia Episcopal Española el cardenal Antonio María Rouco Varela (1999-2005 y desde 2008), mientras que la estabilización correspondería aparentemente a la presidencia del obispo de Bilbao Ricardo Blázquez Pérez (2005-2008).

Mayor tendencia descendente se constata en el compromiso religioso, manifestado con la caída de las vocaciones. En este caso, me han resultado de gran utilidad las estadísticas de la Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades, perteneciente a la Conferencia Episcopal Española. Aunque el número de ordenaciones se mantiene, el número de seminaristas mayores se ha desplomado durante la última década tanto en términos absolutos como relativos:



Resulta obvio que, si bien el número de ordenaciones se puede mantener artificialmente, para satisfacerlo será preciso rebajar el nivel de exigencia al tener que elegir entre un número de aspirantes cada vez menor. La edad media de los sacerdotes y religiosas en la mayoría de comunidades autónomas superó los 60 años hace mucho. El número total de sacerdotes diocesanos ha descendido de 24.300 en 1975 (uno por cada 1.441 habitantes) a 19.307 en 2.005 (uno por cada 2.285 habitantes). Pero en este mismo plazo de tiempo, al menos 6.000 de ellos han contraído matrimonio. Entre las nuevas ordenaciones se cuenta un número cada vez mayor de extranjeros; está por ver cómo absorberán los sectores más conservadores de la sociedad lo de ser pastoreados por un cura inmigrante. Las monjas descendieron otro 6,9% en el periodo 2001-2005. (Datos del Anuario Estadístico de la Iglesia 2007)


Por su parte, el porcentaje de ciudadanos que marcan la "casilla de la Iglesia Católica" en su Declaración de la Renta ha bajado del 42,7% en 1993 al 39,1% en 2001 y el 32,92% en 2005, con un repunte al 34,38% en 2008. Sin embargo, este dato resulta engañoso, pues además de haber sufrido varias transformaciones a lo largo del tiempo (como el cambio a la "doble marcación" con la casilla de "fines sociales"), sólo es representativo de las rentas más altas (las que hacen declaración de IRPF).

Conclusiones y algunas opiniones personales.

A pesar de todo el ruido y la propaganda, resulta obvio a la luz de estos datos que las formas de religiosidad organizada se están perdiendo en España, a favor de la secularización, el sincretismo y el escepticismo. Este hecho es especialmente cierto entre los sectores más jóvenes y mejor formados de la sociedad. La otrora "reserva espiritual de Occidente" está pasando a creer de otra manera o no creer, directamente. En privado, sin mucha algarabía ni grandes manifestaciones.

Resulta curioso observar que nadie ha sido capaz de recoger la representatividad de estas grandes masas sociales. Ni los grupos escépticos o ateos ni otros colectivos religiosos, ni sectas, ni nadie. No de manera significativa, al menos. Gracias a este silencio, la Iglesia Católica puede seguir arrogándose la representación de ese 76% de autodenominados católicos aunque su relevancia real es mucho menor con toda seguridad. Por otra parte, nadie puede hablar actualmente en nombre de los no creyentes, que son ya uno de cada cinco españoles: el segundo grupo más importante del país en términos de perspectiva religiosa.

Lo más parecido a un activismo ateo es el incremento en las solicitudes de apostasía y las voces en contra de un clero que perciben como ultraconservador, alejado de la realidad y vinculado a determinadas opciones políticas situadas en la derecha. Pero tampoco se puede afirmar, ni mucho menos, que todos los no creyentes o ateos se sitúen en la izquierda, aunque probablemente el porcentaje sea más elevado.

Se oye con frecuencia en los ámbitos más ultras del catolicismo que este retroceso de la fe organizada se debe a la pérdida de referentes claros (quieren decir duros), al aggiornamento de muchos sectores religiosos que ellos perciben como tibieza, cuando no traición. También acusan de la caída a un percibido anticlericalismo sociopolítico "que juega a la contra" y que tiende a repetir los clichés de otros tiempos: masonería, comunismo, izquierdismo, homosexualismo, judaísmo... Inevitablemente, disiento con ellos. Ese es un análisis facilón e interesado, acomodaticio, que obvia numerosos hechos históricos, filosóficos y sociológicos a gran escala. Entre estos, yo resaltaría los siguientes:
  • Cosmovisión. Los dogmas inamovibles y la autoridad doctrinal, esenciales al hecho religioso organizado, son fundamentalmente incompatibles con las sociedades democráticas abiertas. Una sociedad que fomenta la individualidad, la pluralidad y el libre pensamiento difícilmente aceptará, al menos de forma mayoritaria, un conjunto único de verdades reveladas establecidas por un grupo único de individuos elegidos bajo el dedo de Dios a quienes no se puede discutir. Paralelamente, la mayoría de referentes sociales, económicos y culturales de las sociedades desarrolladas sustentadas en la economía capitalista de consumo ya no pertenecen al campo de la religión, a diferencia de lo que ocurría en el pasado.
  • Predominio de la epistemología. El extraordinario progreso de la ciencia y la técnica a lo largo de los últimos siglos ha venido ocupando muchos espacios donde anteriormente predominaba la religión. Aunque considerados individualmente ninguno de estos avances resulta devastador para la creencia tradicional, el conjunto de todos ellos y su éxito a la hora de ofrecer explicaciones cosmogónicas y beneficios materiales constituyen un constante goteo que diluye las explicaciones y beneficios de la fe. En la sociedad actual, muchas personas sólo consideran válido el conocimiento obtenido por métodos análogos al científico –datos, pruebas, razonamientos, aunque sean más o menos sesgados–. En sociedades así, las búsquedas de la verdad por fe, por revelación o porque lo diga un libro antiguo o un hombre más antiguo todavía carecen de credibilidad y pierden capacidad de difusión. Pueden funcionar en circunstancias muy emocionales o de aislamiento, pero después se van debilitando ante el predominio del pensamiento racional.
  • Pérdida de liderazgo. Se deriva de las dos anteriores. En el pasado, las religiones organizadas contenían en su seno a los principales creadores de pensamiento, opinión y filosofía. Pero los tiempos de Santo Tomás de Aquino o Guillermo de Occam pasaron hace mucho. Hoy por hoy, esos creadores se hallan en otros ámbitos: las empresas, la política, los medios de comunicación, el mundo científico. Y aunque las religiones organizadas tratan de mantener su presencia en todos ellos, van a rastras y se nota. Ya no poseen las cabezas más brillantes, y se adaptan demasiado lentamente a las innovaciones.
  • Valores desadaptados. En otros tiempos, las sociedades evolucionaban muy lentamente y las religiones orgnizadas iban adaptándose con ellas –cuando no dirigiendo los cambios– a lo largo de siglos. Las sociedades modernas, en cambio, se transforman constantemente y a gran velocidad. Poco a poco, los valores tradicionales van perdiendo su sentido conforme las personas necesitan adaptarse a nuevas formas de vida y pensamiento. Simplemente una buena parte de esos valores ya no le sirven a la gente para nada útil en el mundo real, cuando no son abiertamente contradictorios con las necesidades vitales comunes, y sus proponentes van perdiendo audiencia, interés y respeto.
  • Pluralidad de oferta. Desaparecidas para bien las religiones de estado en el mundo occidental, y existiendo en sociedades abiertas y plurales, las creencias organizadas convencionales tienen que competir constantemente con otras ofertas que para la mayoría del público resultan más agradables y adaptativas. Las religiones ya no son cabeza, autoridad y luz, sino un agente más en un mercado cada vez más amplio y competitivo de ideologías, filosofías y formas de vida. ¡Rápido! ¿Qué prefieres, Física o Química o misa de diez? ¿El lado Coca-Cola de la vida o la vida en el seminario? ¿El horóscopo o el rosario? ¿Este blog o una lectura comentada del Antiguo Testamento (¡bueno, no es tan distinto!)?
  • Conflictividad sociopolítica. La frecuente asociación de las religiones organizadas con determinados ámbitos del poder u opciones políticas específicas aleja, lógicamente, a los sectores sociales que no están de acuerdo con las mismas. Cuando dicha asociación es repetitiva, estos sectores se alejan definitivamente y desarrollan combatividad antieclesiástica. Los intentos de aproximación seguidos de enfrentamiento se interpretan fácilmente como doblez o traición. Y la gente ya no siente la necesidad de permanecer unida a su iglesia a pesar de todo. No en un mundo donde hay muchas más opciones tanto ideológicas como religiosas. Lo más grave de todo es que los cambios en las necesidades políticas cotidianas de los partidos terminan dejando fuera de juego a las religiones incluso ante los suyos.
  • Pérdida de crédito social y distorsión perceptiva. Como consecuencia de todo lo anterior, el abismo entre amplias capas de la sociedad y las religiones organizadas se amplía cada vez más, y las vías de comunicación se van cortando. Por razones de psicología grupal, la gente de religión va perdiendo sensibilidad sociológica y no comprenden, o les cuesta aceptar, lo que millones de personas piensan o desean de ellos. En el proceso, también pierden la compresión de las palancas que mueven a la gente y poco a poco, a veces por escándalos y a veces a la chita callando, también pierden el crédito y el respeto. Todo lo cual no hace sino reforzar los demás elementos, en un círculo vicioso sin fin. Lo cual termina por consolidar un núcleo de partidarios duros entre los duros... y la animadversión creciente de millones. O, peor aún, su indiferencia.
Pienso que las religiones organizadas, en su forma actual, no tienen la capacidad de superar estos problemas en el medio y largo plazo. Con altibajos, como todos los procesos históricos, seguirán languideciendo a menos que encuentren una forma radicalmente distinta de interactuar con la sociedad; y a mí, todas las que se me ocurren implican el abandono o disolución de sus características doctrinarias fundamentales, lo cual imagino que les resulta inaceptable. No obstante, si no son capaces, las tendencias observadas en este artículo seguirán calando y profundizándose hasta disolverlos a ellos, convirtiéndolos en una minoría irrelevante. Estos procesos son lentos, y pueden tomarse generaciones, con avances y retrocesos.

Pero observando lo ocurrido en los últimos 250 años y particularmente en el reciente medio siglo, el proceso parece irreversible. En las sociedades contemporáneas, las religiones tradicionales están atrapadas en una trampa mortal: o mantenerse fieles a su doctrina con el apoyo de un grupo de incondicionales cada vez más reducido y una animadversión social cada vez mayor, o abandonar sus dogmas y entonces dejar de existir para transformarse en otra cosa. Yo no sé si Dios habrá muerto o no, como dijera Nietzsche. Lo que sí sé es que, a este paso, las religiones tradicionales terminarán desapareciendo en las sociedades abiertas. Quizás, lo último en perecer serán sus formas y apariencias externas. Después, nadie sabe qué ocurrirá, ni si surgirán nuevas formas de espiritualidad, quizá mejores, quizá peores. O no.
Resumen de fuentes principales:

Actualización del 23/11/2009:


En una intervención ante la XCIV asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal Española, hoy, su presidente Antonio María Rouco Varela parece validar el sentido de algunos datos aportados en este artículo:


«Los sacerdotes somos menos y de más edad que hace algunos años. No podemos dejar de atender a los datos que nos muestran una realidad preocupante: cada sacerdote secular ha de atender, como término medio, a 3.445 personas (en algunas partes de España el número se eleva hasta 9.000); mientras tanto, la media de edad del clero diocesano español es de 63,30 años (alcanzando en algún lugar los 72,04 años). Aun teniendo en cuenta que la población en general ha frenado su crecimiento y que envejece sin parar, estas cifras nos deben hacer reflexionar y nos deben estimular para adoptar decisiones adecuadas.» (Fuente)

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La Pizarra de Yuri
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jueves, 15 de octubre de 2009

Hijas de la Lluvia 07: El mundo al que usted llama se encuentra apagado o fuera de cobertura en este momento

Capítulo anterior: El barro que te mira
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(Fracción de los planetas de la galaxia donde podría haber surgido vida inteligente que realice comunicaciones interestelares)

Podría haber miles o millones de civilizaciones inteligentes ahí fuera, cada una alrededor de su estrellita, y no sabríamos que están ahí. Ya hemos visto lo difícil que es detectar planetas; distinguir si en la superficie de alguno de ellos (o en cualquier otro lugar) hay bebés extraños durmiendo sueños de cobalto resulta completamente imposible con la tecnología disponible en este momento o en los próximos cien años. Por decir algo.

¿Se conformará la hija de la lluvia con sospechar su existencia, y ya?

Quien así piense, es que no la conoce bien.


La hija de la lluvia siguió pensando, y pensando, y pensando, con esa cara de velocidad que adoptan los niños cuando se disponen a poner en algún compromiso al adulto más próximo con su lógica impecable. Una vez más, se miró a si misma. Reflexionó y se acordó de Julio Verne o de aquel maestro de escuela siberiano llamado Constantino Tsiolkovsky quien, con poco más que las cuatro reglas, diseñó los esquemas básicos de los cohetes y las estaciones espaciales que construimos hoy en día. Y recordó sus palabras:
“La Tierra es la cuna de la Humanidad. Pero uno no puede vivir en la cuna para siempre”.

Simplemente, es que no es práctico, ni económico ni seguro. No es práctico ni económico ni seguro permanecer confinados a un único planeta superpoblado, contaminado, con los recursos naturales cada vez más agotados y, lo más peligroso de todo, expuestos a la extinción en cualquier momento bajo la amenaza de nuestras propias armas o de cualquier objeto cósmico de buen tamaño que tenga la mala idea de cruzarse en nuestro camino.

Desde que se hizo obvia la posibilidad teórica de vivir en más de un planeta, la hija de la lluvia viene pensando en mudarse o, al menos, comprarle un pisito en otro lugar a algunos de sus retoños. No es que la Tierra tenga nada de malo: es un planeta estupendo, chulísimo, con vistas excelentes y grandes piscinas. Es que poner todos los huevos en la misma cesta es una pésima idea, sobre todo si tenemos en cuenta cómo la maltratamos.


Inevitablemente, y pese a la moda de los recortes presupuestarios y los beneficios a corto plazo, la hija de la lluvia acabará mudándose. Más vale que lo haga con tiempo y por las buenas, porque en cinco mil millones de años el hidrógeno del Sol empezará a consumirse. Entonces, a nuestra amable estrella le dará un ataquito llamado Fase del Helio o de la Gigante Roja: se calentará y expandirá hasta comerse a Mercurio, Venus, la Tierra, Marte e incluso más allá. Ñam.

Sabiamente o por la fuerza, cualquier otra civilización se verá enfrentada a la misma tesitura tarde o temprano. Conquistar los espacios interestelares no es una opción: es una necesidad (y un buen negocio aunque, todo hay que decirlo, con unos beneficios muy a largo plazo).

Repartir nuestra herencia por más de un mundo en más de un sistema solar (y, si fuera posible, en más de una galaxia) es la única garantía de supervivencia en caso de que aquí las cosas se pongan crudas para nosotros o para nuestros nietos.

De un modo u otro, si efectivamente hay otras civilizaciones allá a lo lejos, en otras orillas del mar oscuro, es muy probable que algunas de ellas hayan emprendido ya el camino. Quienes creen en los OVNIs, sin embargo, deberían esperar un poco antes de saltar de alegría. Las distancias son tan enormes y los destinos tan remotos y separados entre si, que la probabilidad de que uno de esos exploradores coincida con la Tierra es francamente baja. Muy baja, vamos. Casi nula, como si dijéramos.

A menos que sean unos ermitaños, cualquier civilización que se adentre en el espacio interestelar tendrá la necesidad de comunicarse con sus exploradores, primero, con sus colonias, más adelante, y con sus pares, en el último término. Para ello, es necesario crear y establecer tecnologías de telecomunicaciones interestelares. La más básica de estas telecomunicaciones se basa en las ondas de radio. Es la que usamos nosotros para llamar a nuestros navíos, tripulados o no. El problema es que es lenta: las ondas de radio sólo viajan a la velocidad de la luz como máximo (igual que cualquier otra cosa del Universo, que sepamos, al menos). Sus ventajas son muchas: es flexible, económica y fácil de utilizar. De momento nos vale, porque nada fabricado por las manos de las hijas de la lluvia ha viajado mucho más allá de Plutón y eso está ahí al ladito como quien dice; la más lejana de nuestras naves, la Voyager-1, se encuentra ahora a unos diecisiete mil millones de kilómetros, aproximadamente quince horas-luz. Eso significa que una comunicación de radio con el más lejano de nuestros navíos actuales utilizando ondas de radio consumiría un máximo de veintiocho horas, ida y vuelta. Cualquier comunicación con una colonia establecida dentro del sistema solar requeriría menos tiempo.


Las ondas de radio nunca llegan a diluirse del todo en el océano cósmico. Conforme aumenta la distancia se vuelven muy débiles, extremadamente débiles, apenas un levísimo temblor en los diales. Después, terminan confundiéndose con el ruido de fondo. Pero siempre siguen su viaje, hasta el fin del Universo.

Si el instrumento con el que las buscas es lo bastante sensible, se pueden detectar a distancias sorprendentes. El problema, en la Tierra, es que la mayoría de antenas son pequeñas y baratas: la de tu coche, la de tu tele, la de tu teléfono móvil. Pero si usas como antena el radiotelescopio de Arecibo, en Puerto Rico, un inmenso receptor hipersensible que ocupa todo un valle, no tendrías problemas de cobertura en la órbita de Júpiter.

Desde hace unas décadas, la hija de la lluvia está usando estas enormes antenas para tratar de escuchar alguna comunicación interestelar realizada por otras gentes. Es una apuesta improbable, un tiro al azar, entre otras cosas porque –naturalmente– otras civilizaciones podrían usar otros sistemas de telecomunicación que ni siquiera sospechamos todavía, igual que las ondas de radio eran insospechables para un sabio medieval. Pero no resulta tan descabellado como pudiera parecer. A fin de cuentas, construir una radio es sencillo.


No fue hasta mediados del siglo XX cuando la posibilidad de que existiera vida y civilizaciones extraterrestres cayó bajo el escrutinio de la Ciencia contemporánea. Allá por 1959, el entonces joven ingeniero electrónico Frank Drake concibió que si existían civilizaciones interplanetarias, era posible que estuvieran comunicándose entre si mediante ondas de radio, al igual que hacemos nosotros. Fascinado por el Cosmos, había hecho varios cursillos (ahora que somos mucho más pijos los llamamos masters) de radioastronomía y la idea de que pudieran existir otros mundos habitados le resultaba muy sugerente. Al conseguir un trabajo en el Observatorio Nacional de Radioastronomía en Green Bank, propuso la realización de una pequeña búsqueda de tales transmisiones extraterrestres. Paralelamente, dos jóvenes físicos de la universidad de Cornell muy interesados en las cuestiones de ionización asociadas a los rayos gamma, publicaron en Nature (Vol. 184, # 4690, pp. 844-846, 19-09-1959) un artículo titulado "Buscando Comunicaciones Interestelares" que decía así:

"...habrá muy pocos que nieguen la importancia práctica y filosófica que tendría la detección de comunicaciones interestelares. Entendemos, pues, que una búsqueda discriminada de señales se merece un esfuerzo considerable. La probabilidad de éxito es difícil de estimar; pero si nunca buscamos, la probabilidad de éxito es cero."

Con este sustento científico y filosófico, los jefes de Drake aceptaron un pequeño experimento de dos semanas de duración (ampliada luego a dos meses) en torno a las estrellas Tau Ceti y Epsilon Eridani. Se llamaría Proyecto Ozma.

El Proyecto Ozma fue la primera iniciativa científica para localizar civilizaciones extraterrestres. Su nombre era el de la Reina de Oz, un lugar "muy lejano, muy difícil de llegar, poblado por seres extraños y exóticos". Entre abril y julio de 1960, el radiotelescopio de 28 metros del Observatorio Nacional de Radioastronomía se sintonizó durante 6 horas al día en la frecuencia propuesta por Cocconi y Morrison: el "agujero del agua", 1.420 MHz (21 cm), apuntando a las estrellas Tau Ceti (constelación de la Ballena) y Epsilon Eridani (constelación del Río). Estos astros se encuentran a 8 años luz de la Tierra y tienen una edad parecida a la de nuestro Sol.

Como ya habían previsto de algún modo Cocconi y Morrison, este primer experimento fracasó: tras escuchar detenidamente las cintas, no se halló evidencia alguna de comunicaciones extraterrestres: todas las fuentes de emisión electromagnética se correspondían con fenómenos naturales conocidos y carecían de características propias de una transmisión "inteligente" (por ejemplo, un ancho espectral reducido... ya veremos lo que es esto).


Pese al esperado fracaso, este humilde experimento abrió el camino para un interés mayor en el problema por parte del mundo científico. Los papers se multiplicaron y las propuestas para hacer "algo más" al respecto también. Sin embargo, el elemento "lanzador" fue que en 1965 se detectó un súbito interés soviético al respecto. No se sabía entonces por qué, pero es que entre 1964 y 1965 dos astrofísicos soviéticos, Kardashev y Sholomitsky, habían estado reproduciendo el Proyecto Ozma desde la Estación de Espacio Profundo de Crimea. Kardashev era un "obseso de los marcianos" con la cabeza muy bien amueblada, y había llegado a crear una "escala de civilizaciones" basada en sus potencias teóricas de transmisión (tipos I, II, y III). Enfocaron su radiotelescopio a dos objetos de características extrañas llamados CTA-21 y CTA-102, y creyeron detectar características artificiales de variabilidad en este último. En realidad se trataba de un quasar, pero este "falso positivo" despertó el interés soviético en el tema. A las varias carreras más o menos terribles de la Guerra Fría, se sumó una bonita y positiva: la de ver quién encontraba antes una civilización extraterrestre.

La URSS puso en marcha varias búsquedas paralelas con distintas instalaciones radioastronómicas (desde Gorky, Zimenkie, Crimea, Murmansk y Primorsky), la mayor parte de ellas dirigidas por Troitsky (ninguna relación con el dirigente revolucionario que acabó sus días a manos de cierto catalán...). Una de estas búsquedas, la de Espacio Completo (no dirigida) que se inició en 1969, sigue activa hasta la actualidad.


A principios de los años '70 se sumaron los franceses, desde el observatorio de Nançay y los canadienses, desde Algonquin (Ontario). El SETI (pues así se le comenzó a llamar, por Search for ExtraTerrestrial Intelligence) se estaba convirtiendo en una cuestión de Estado. La NASA empezó a tomar cartas en el asunto, mientras en la Universidad de California en Berkeley se ponían en marcha el programa de búsqueda dirigida SERENDIP, el Radioobservatorio de Ohio comenzaba una búsqueda continua y la Sociedad Planetaria iniciaba el proyecto META.

En 1974, un equipo de científicos encabezados por el Dr. Carl Sagan, conocido astrónomo, humanista y divulgador, convencieron a la dirección del Radiotelescopio de Arecibo para utilizarlo como transmisor de una señal terrestre a nuestros potenciales vecinos. La emisión, equivalente a 20 gigawatios omnidireccionales, se concentró en dirección al cúmulo globular M13. Este cúmulo se encuentra en el borde de nuestra galaxia, a unos 21.000 años luz, y en él hay aproximadamente 330.000 estrellas con posibles planetas orbitando a su alrededor. La señal llegará allí en el año 22.974 dC

Este mensaje, una especie de "testigo cósmico" de que la especie humana existió alguna vez en el Universo, está compuesto de 1679 bits organizados en una matriz de 73x23 (dos números primos que cualquier civilización mínimamente tecnificada debe reconocer rápidamente). Contiene una imagen que consta del radiotelescopio emisor, una descripción matemática del sistema solar, los primeros números primos, una silueta humana, una silueta de la "doble hélice" del ADN con su número de bases púricas (en binario). El mensaje era exactamente este:



0000001010101000000000000101000001010000000100100010001000100101100101010
1010101010100100100000000000000000000000000000000000001100000000000000000
0011010000000000000000000110100000000000000000010101000000000000000000111
1100000000000000000000000000000000110000111000110000110001000000000000011
0010000110100011000110000110101111101111101111101111100000000000000000000
0000001000000000000000001000000000000000000000000000010000000000000000011
1111000000000000011111000000000000000000000001100001100001110001100010000
0001000000000100001101000011000111001101011111011111011111011111000000000
0000000000000000010000001100000000010000000000011000000000000000100000110
0000000001111110000011000000111110000000000110000000000000100000000100000
0001000001000000110000000100000001100001100000010000000000110001000011000
0000000000001100110000000000000110001000011000000000110000110000001000000
0100000010000000010000010000000110000000010001000000001100000000100010000
0000010000000100000100000001000000010000000100000000000011000000000110000
0000110000000001000111010110000000000010000000100000000000000100000111110
0000000000010000101110100101101100000010011100100111111101110000111000001
1011100000000010100000111011001000000101000001111110010000001010000011000
0001000001101100000000000000000000000000000000000111000001000000000000001
1101010001010101010100111000000000101010100000000000000001010000000000000
0111110000000000000000111111111000000000000111000000011100000000011000000
0000011000000011010000000001011000001100110000000110011000010001010000010
1000100001000100100010010001000000001000101000100000000000010000100001000
0000000001000000000100000000000000100101000000000001111001111101001111000



...que, organizado en una matriz de 73x23 (ambos números primos), proporciona la siguiente figura:




En los últimos años, la investigación SETI perdió interés para los ámbitos políticos, y la mayoría de programas fueron cancelados. Sin embargo, la fascinación y el hondo significado filosófico y humanístico de la pregunta "¿estamos solos?" atrajo a la iniciativa privada. Gracias a ello, el Instituto SETI sigue existiendo y goza de buena salud. Tanta, que les ha permitido comprar tiempo de radiotelescopios, tiempo de procesamiento supercomputacional, y, gracias a las aportaciones económicas del cofundador de Microsoft Paul G. Allen, se acaba de poner en marcha el Allen Telescope Array. El Allen Telescope Array es un superradiointerferómetro que constituye el instrumento más sensible del planeta Tierra a la hora de buscar señales artificiales emitidas por otras civilizaciones, deliberada o accidentalmente.


El fracaso, hasta el momento, de todas las búsquedas SETI da lugar a varias preguntas inquietantes para la hija de la lluvia. Especialmente, la del físico Enrico Fermi, allá por 1950: “¿dónde está todo el mundo?”

Expresado de otra manera: si todo apunta a que la vida puede surgir con facilidad, evolucionar hacia la inteligencia, surcar el espacio interplanetario y mantener comunicaciones interestelares… ¿por qué no hay un solo indicio sólido, una detección de alguna clase, una prueba fiable al respecto?

Una de las posibles respuestas es: “quizá aún no tenemos instrumentos lo bastante sensibles, o del tipo adecuado, para hacerlo.”

Otra, claro, podría ser: “quizá nunca estuvieron ahí.”

Y otra más, terrible, contestaría: “quizá ya se hayan ido. Y nosotros nos iremos pronto, también.”

Próximo capítulo en La Pizarra de Yuri el jueves, 29/10/2009: Cante jondo de la extinción.

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domingo, 11 de octubre de 2009

Port albuferenc de Catarroja

La terra valenciana (I)


 
 
 
 

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jueves, 8 de octubre de 2009

Hijas de la Lluvia 06: El barro que te mira

Capítulo anterior: Con lo que haya y como se pueda
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(Fracción de los planetas de la galaxia donde podría haber surgido vida inteligente)



Una cosa es que en un mar infernal surjan extraños malabares químicos que tomen materia y energía del entorno para reproducirse a si mismos con la furia de un robot desquiciado.

Otra bien distinta es que esa furia elemental llegue a mirarse, preguntándose si no habrá más como ella misma. Hace un rato llegábamos a dudar si la vida no constituiría una violación del principio de entropía, ese que dice que en el Cosmos todo debe dirigirse hacia un mayor grado de desorden y caos. Descubrimos entonces las fluctuaciones: espasmos de la realidad que rompen esa tendencia durante un tiempo, en algunos lugares.

Que tal espasmo tenga ojos y te mire, y charle contigo sobre el último cotilleo de moda, parece ya una pirueta francamente excesiva. Un virus, un alga verde, vale, son posibles. Pero, ¿un ser capaz de construir un televisor para luego perder sus breves horas de existencia ante él? La fluctuación, más que fluctuación, va adquiriendo aspecto de broma pedante, uno de esos retorcidos juegos intelectuales sólo aptos para frikis de la peor especie.

Y sin embargo, te asomas al balcón y ahí están. Ventanitas iluminadas tras las cuales generaciones enteras de complejísimos seres pluricelulares permanecen incomprensiblemente hipnotizados ante los televisores que algunos de ellos han construido, utilizando para ello la máquina más sofisticada del universo conocido: el kilo y medio de pasta gris y blanca que tienen, tienes, tengo entre las orejas.


La verdad, no es extraño que muchas personas vean en hecho tan asombroso la mano de sus respectivos dioses. Ni que otras, menos dadas a explicaciones facilonas, afirmen que semejante prodigio sólo puede ser el resultado de una inconcebible serie de casualidades que difícilmente se podrá haber dado en más lugares del Cosmos.

Sin embargo, la hija de la lluvia es puñetera. Los viejos dioses y las loterías de a trillón de números acertadas una y otra vez le suenan a tongo. Así que vuelve a sus libros y sus máquinas, en busca de explicación.

Y una de las primeras cosas que constata es la inmensa, casi absurda cantidad de tiempo que la vida ha tenido para llegar hasta aquí.

Siglos, milenios, eras y eones  para desarrollarse, para hallar formas óptimas de replicarse y las mejores maneras de aprovechar la materia y la energía disponibles. Conforme la materia libre comenzó a escasear, surgió la necesidad de competir por lo que quedaba. E incluso de obtenerla destruyendo a otros seres vivos para robársela: cazando, matando, comiendo.

Apareció, pues, una presión poderosa. Ya no bastaba con vagar por ahí, a la espera de alguna proteína que echarse al coleto. Ahora había que buscarla, incluso cazarla. Quien no fuera capaz de hacerlo, iba a perecer o ser presa de la cacería. Por si eso fuera poco, las características de la Tierra cambiaban. Si no era capaz de adaptarse a esas presiones, la vida corría peligro de desaparecer.

Pero, ¿cómo adaptarse? ¿Cómo sobrevivir?

Durante mucho tiempo fue popular la idea –que aún permanece en la mente de muchas personas– de un señor llamado Lamarck. Lamarck pensaba que, enfrentados a estas presiones, los seres vivos son capaces de modificar su organismo e incluso crear órganos nuevos para adaptarse y mejorar sus posibilidades de supervivencia. Ante la necesidad de alcanzar hojas más altas, las jirafas habrían estirado su cuello y esta característica pasaría a su descendencia por vías no bien explicadas.


Bueno, Lamarck se equivocó. No funciona así. Desde mucho antes de nacer, un ser vivo está biológicamente condenado a ser lo que será. Su capacidad para modificarse sustancialmente es ínfima, y estas modificaciones apenas pasan a la descendencia. El hijo de un machaca de gimnasio no tendrá aspecto de machaca de gimnasio a menos que se haga machaca de gimnasio como su padre.

El truco, en realidad, está en la reproducción. Resulta que el mecanismo reproductivo de los seres vivos es relativamente imperfecto. El proceso de copia resulta tan complejo y depende de tantos factores que se producen recombinaciones y errores, a los que llamamos mutaciones. En cada generación, hay millones de recombinados y mutantes.

Muchos de estos cambios son imperceptibles, y no producen resultados evidentes. Otros son destructivos, y causan seres deformes o tarados, a veces tanto que no llegan a nacer o les resulta imposible sobrevivir y reproducirse. Así de crudo. Madre Naturaleza no paga cottolengos.

Pero de todos estos millones de cambios hay una pequeña cantidad que resulta beneficiosa. Su transformación, o deformación, es útil para sobrevivir y reproducirse más y mejor. Una jirafita con el cuello más largo, por ejemplo, llegará a las hojas más altas mientras otros se habrán quedado sin alimento.

Al tratarse de un cambio genético, esta ventaja pasará a la descendencia.


Y así una vez, y otra, y otra, y aún otra más. Hasta que la especie favorecida se impone a quienes antes eran “normales” y ahora son ya sólo carne de extinción. Dejando atrás a millones y billones de desfavorecidos que simplemente perecieron. A este proceso, quizá cruel, se le llama evolución.

Y entonces, el proceso vuelve a empezar de cero otra vez. Y otra. Y otra. Y otra más. Así, sin parar, durante cuatro mil millones de años. Poco menos de un tercio de la edad del Universo.

Esto es lo que dijo Darwin, y que tantos han intentado deformar, disimular o desacreditar porque no convenía a sus religiones.

Estudiar la evolución de la vida en la Tierra nos enseña muchas cosas interesantes. Una de ellas es que los mutantes favorecidos tienden a ser más complejos que sus predecesores. Explicado en términos muy sencillos, algo con garras y dientes caza mejor que algo que no las tiene, y puede pasar más fácilmente a la siguiente generación. Claro, que a lo mejor lo que triunfa es comer hierba, que de eso hay por todas partes, y ser de pequeño tamaño; así te esconderás con facilidad y el depredador con sus grandes colmillos morirá de hambre. No es cierto, como se ha dicho, que triunfe el más fuerte. En realidad, triunfa el mejor adaptado.

En todo caso, la evolución presiona a la vida para que se haga cada vez más compleja. Tanto es así, que por lo general podemos saber si una especie es primitiva o moderna sólo atendiendo a su grado de simplicidad. Salvo excepciones, cuanto más simple, más antigua.

Esta complejidad resulta ser tremendamente variada y casi podríamos decir que imaginativa. Da lugar a seres vivientes de lo más extraño y diverso. Compara, por ejemplo, una araña con un virus. O una vaca con una estrella de mar. O un rosal con ese mamífero que camina sobre dos patas y se pasa las horas muertas mirando los raros aparatos que construye.

Algunas de estas complicaciones representan ventajas evolutivas tan grandes que aparecen de manera independiente en especies muy alejadas entre si. A este fenómeno se le llama convergencia evolutiva. El ejemplo clásico de convergencia evolutiva es el ojo. Un ojo permite transformar radiación luminosa en datos sofisticados de la máxima utilidad para la supervivencia y la reproducción.


A partir de un cierto momento, comenzaron a aparecer ojos por todas partes, incluso en especies separadas cientos de millones de años entre si. Surgen por primera vez con los trilobites, hace quinientos cincuenta millones de años. Pero mucho después de que los trilobites y todos sus descendientes se extinguieran, sigue dándose aquí y allá. A veces, con parecidos que exceden lo razonable. Los pulpos y nosotros, por ejemplo, tenemos un tipo de ojo casi idéntico, similar en su funcionamiento a una cámara de fotos. Lo impresionante es que los antepasados del pulpo y los nuestros se divorciaron hace más de seiscientos millones de años, cuando aún no había ojos dignos de tal nombre ni en la tierra, ni en el mar, ni en el cielo.

Hay muchos más ejemplos de convergencia evolutiva. Un mero vistazo a la fauna australiana, pongamos por caso, resulta todo un clamor al respecto. Australia se separó del resto de continentes para formar la isla que es hoy hace treinta y cinco millones de años. Durante todo ese tiempo, los seres vivos evolucionaron allí aislados del mundo. Bien, pues muchas especies de marsupiales australianos apenas se distinguen de los mamíferos placentarios de otros lugares del planeta. Sometidos a similares presiones evolutivas, marsupiales y placentarios dieron lugar a seres muy parecidos pese a los trescientos cincuenta mil siglos que llevaban sin tener contacto alguno.

En caso de que efectivamente haya surgido vida en otros mundos, ¿acaso no se habrá visto sometida a presiones evolutivas de la misma naturaleza? Resultaría incomprensible que no fuera así. Sea del tipo que sea, conforme una población se reproduzca y multiplique, tarde o temprano se verá bajo la misma clase de presiones evolutivas que ha sufrido la vida en la Tierra.

Y por tanto, tenderá a hacerse cada vez más compleja. Porque hacerse más compleja es la única salida frente a la extinción.

¿Y la inteligencia?

La inteligencia parece otra de esas fuerzas poderosas que permiten sobrevivir y reproducirse, ¡que nos lo cuenten a nosotros! Otorga la capacidad de interactuar hábilmente con el entorno. Conforme avanzamos en los caminos de la vida, la vemos surgir también aquí y allá. Suele darse sobre todo en los mamíferos superiores: perros, delfines, simios, personas...

Y en nuestro amigo el pulpo. Sí, ese de cuyos tatarabuelos nos divorciamos hace seiscientos millones de años y apenas tiene nada que ver con nosotros. Hasta tal extremo son inteligentes y sensibles, que en algunos países está prohibido experimentar con ellos sin anestesiarlos primero.


Con toda probabilidad, la inteligencia es también un fenómeno sometido a convergencia evolutiva, dada su extrema utilidad en las batallas de la vida.

Existen muchos números a favor de que en cualquier lugar donde aparezca la vida, ésta evolucione hacia formas cada vez más y más complejas.

Hacia el ojo.

Hacia la inteligencia.

Existen muchos números a favor de que, allá donde el barro haya devenido vida, el barro termine por mirarte.
Igual que mira la hija de la lluvia.


EL LIBRO DE LA PIZARRA DE YURI:
La Pizarra de Yuri
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domingo, 4 de octubre de 2009

La nana más antigua del mundo

Las primeras palabras articuladas que oíste eran una canción de cuna.

Me fascinan las nanas. Tiende a olvidarse la historia grande –tan ufana de reyes, gestas, patrias y banderas– del trabajo sencillo y callado de los hombres y mujeres humildes sin el que nada de todo eso habría sido posible jamás. Ya decía Bertold Brecht, en sus Preguntas de un obrero ante un libro:

Tebas, la de las Siete Puertas, ¿quién la construyó?
En los libros figuran los nombres de los reyes.
¿Arrastraron los reyes los grandes bloques de piedra?

Y Babilonia, destruida tantas veces,
¿quién la volvió a contruir otras tantas? ¿En qué casas
de la dorada Lima vivían los obreros que la construyeron?

La noche en que fue terminada la Muralla China,
¿adónde fueron los albañiles? Roma la Grande
está llena de arcos de triunfo. ¿Quién los erigió?

¿Sobre quiénes triunfaron los Césares? Bizancio, tan cantada,
¿tenía sólo palacios para sus habitantes? Hasta en la fabulosa Atlántida,
la noche en que el mar se la tragaba, los habitantes clamaban
pidiendo ayuda a sus esclavos.

El joven Alejandro conquistó la India.
¿El sólo?

César venció a los galos.
¿No llevaba consigo ni siquiera un cocinero?

Felipe II lloró al hundirse
su flota. ¿No lloró nadie más?

Federico II ganó la Guerra de los Siete Años.
¿Quién la ganó, además?

Una victoria en cada página.
¿Quién cocinaba los banquetes de la victoria?

Un gran hombre cada diez años.
¿Quién paga sus gastos?


Y de todo ello, claro, nada más ignorado, despreciado y ninguneado que el trabajo doméstico, entre el que se cuenta desde tiempo inmemorial la crianza de los hijos. Cosas de mujeres, y por ello consideradas irrelevantes, menores e incluso sospechosas. Hasta el propio Brecht olvidó mencionarlo. Y sin embargo, nada más esencial en el desarrollo humano que la crianza y educación de las generaciones futuras. Las madres, las abuelas y demás parentela femenina del clan, hasta tiempos muy recientes encargadas en exclusiva de esta pesada tarea, se constituyeron así en las portadoras más fundamentales de los valores sociales, la lengua no en vano llamada materna, la cultura y la civilización.

Es opinión de este que te escribe que la canción de cuna, común a las gentes de todo el mundo desde que se tiene memoria, ocupa un lugar destacado en esta transmisión civilizatoria. Las nanas constituyen la primera expresión de lenguaje organizado que un bebé recibe dirigida exclusivamente a su persona, cantada por su madre en la intimidad de la cuna, durante los primeros años de su existencia. La visión del mundo comunicada por las canciones de cuna es la visión del mundo que todo hombre o mujer habrá mamado desde la más tierna infancia.

Quizá por su suavidad melódica, o quizá porque durante la mayor parte de la historia humana uno de cada tres nacidos no llegaba a cumplir los cinco años, las nanas tienden a ser tristes y de alguna forma inquietantes, con frecuencia plagadas de doble sentido. Hay algo durísimo en ellas que habla de la vida y de la muerte. Sus letras suelen versar sobre la cuna, el sueño, el padre y el miedo. El lobo ocupa un papel central en muchas de ellas, puede que reflejando los miedos más oscuros y profundos de la madre. No todas son tan duras, y algunas resultan alegres y esperanzadas. Pero, bien pensado, no deja de ser extraño que llevemos siglos cantándole a los más pequeños:
Duérmete, niño,
duérmete ya,
que si no vendrá el lobo
y te comerá.

Cosa que, por ejemplo, los rusos también hacen, entre otros muchos pueblos:

Баю-баюшки-баю,
Не ложися на краю.
придёт серенький волчок,
он ухватит за бочок
и утащит во лесок
под ракитовый кусток.
Baiu-bayushki-baiu,
nye lozhisia na kraiu
pridyot syeryenkiy volchok,
on ukhvatit za bochok
y utashchit vo lesok
pod rakitoviy kustok.
Adiós-bebé-adiós,
en el borde no debes yacer
o el lobito gris vendrá,
te morderá en la barriga
y te arrastrará al bosque
bajo la raíz del sauce.


La nana más antigua del mundo se pierde en las nieblas de la prehistoria humana, y seguramente se oyó la primera noche en que un ser con la capacidad de articular palabras tuvo la necesidad de arrullar a un bebé con sonidos repetitivos, quizá temblando de miedo ante las tinieblas. O la muerte. Que es decir la primera noche en que hubo algo llamado Humanidad.

La nana más antigua que se recuerda aparece recogida en las Sátiras de un poeta romano del siglo I llamado Aulio Persio Flaco. Se la conoce como aut dormi aut lacte (o duermes o mamas), y está dirigida a un niño que se llamaba Marco. Llama la atención la dulzura del ritmo, la sofisticación de la sonoridad de las palabras, lo imaginativo de las rimas, la delicadeza de las imágenes que invoca y la simpática sinceridad del estribillo, en el que cualquier mamá harta de intentar que su bebé mame o se duerma de una vez se sentirá identificada sin duda. Lamentablemente, la melodía se ha perdido y mi latín está más que oxidado. Aún así, trataré de traducirla; si alguien sabe hacerlo mejor, que me corrija y le quedaré muy agradecido:

Lalla, lalla, aut dormi aut lacte
nisi lactes, dormi, dormi.
La-la, la-la, o duermes o mamas;
si no mamas, duerme, duerme.
Blande somne, somne veni,
claude Marco nostro ocellos,
artus occupa tenellos;
sunt ocelli somni pleni:
somne veni.
Blando sueño, ven, sueño,
vacilan, Marco, nuestros ojos,
se apodera del cuerpo tierno,
son ojos llenos de sueño:
ven, sueño.
Lalla, lalla, aut dormi aut lacte
nisi lactes, dormi, dormi.
La-la, la-la, o duermes o mamas;
si no mamas, duerme, duerme.
Alta in caelo splendet luna,
errant noctis umbrae inanes,
per silentia latrant canes,
micant stellae mille et una,
splendet luna.
Alta en el cielo resplandece la luna
vagan en la noche sombras vanas;
en el silencio, ladran los perros,
brillan las mil y una estrellas,
resplandece la luna.
Lalla, lalla, aut dormi aut lacte
nisi lactes, dormi, dormi.
La-la, la-la, o duermes o mamas;
si no mamas, duerme, duerme.
Longe rubent dulcia poma,
cadunt lilia, surgunt rosae,
stellae in caelo sunt radiosae…
stertit... ridet... super coma
sentit poma.
Lejos, maduran dulces frutales,
se marchitan las lilas, florecen las rosas;
las estrellas en el cielo están radiantes...
Ronca... ríe... sobre tus cabellos
siente los frutales.
Lalla, lalla, aut dormi aut lacte
nisi lactes, dormi, dormi.
La-la, la-la, o duermes o mamas;
si no mamas, duerme, duerme.

Felices sueños. ;-)

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