La pizarra de Yuri: julio 2010

jueves, 29 de julio de 2010

Genoma humano: ¿desilusión o principio?

Diez años después del primer borrador del genoma humano,
pocos de los avances médicos que se le supusieron han visto la luz.
En biología, en cambio, ha representado una auténtica revolución.

Vamos a ser sinceros: se hicieron unas cuantas promesas pelín entusiastas. Se habló de que en una década podríamos establecer y eliminar el origen común de numerosos males como el cáncer, las enfermedades mentales o los trastornos degenerativos. De que se abriría una era de diagnósticos, tratamientos y fármacos personalizados para cada ser humano en particular. Desaparecerían las malformaciones hereditarias, detendríamos el envejecimiento, accederíamos a un nuevo tiempo donde la enfermedad y la vejez comenzarían a ser cosa del pasado. Se escribieron incontables artículos sobre los riesgos éticos del control sobre el ADN, de las patentes genéticas y los habituales aficionados al síndrome de Frankenstein nos previnieron una y otra vez sobre los peligros de jugar a Dios. El entonces presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, declaró que la decodificación del genoma "revolucionará la diagnosis, prevención y tratamiento de la mayoría, si no todas las enfermedades humanas." Francis Collins, director de la agencia genómica de los Institutos Nacionales de Salud, profetizaba que en diez años tendríamos diagnosis genética de las enfermedades y en cinco años más, los primeros tratamientos. Las corporaciones farmacéuticas destinaron miles de millones de dólares a toda clase de investigaciones asociadas, dando por sentado que los recuperarían con creces de manera inminente.

Bien... ha pasado esa década desde que el Proyecto Genoma Humano –de titularidad pública– y el programa privado de Celera Genomics publicaron el primer borrador de nuestro ADN. Y siete desde que se dio por completado a grandes rasgos. Sin embargo, no parece que estas promesas se hayan cumplido en ningún grado significativo. En realidad estamos un poco como estábamos, con numerosos avances en las ciencias médicas pero ninguna revolución genética digna de mención. El actual director del Instituto Nacional del Cáncer de los Estados Unidos, Harold Varmus (premio Nobel), publicaba recientemente en el New England Journal of Medicine que "sólo un puñado de cambios importantes –algunos tratamientos genéticos específicos para unos pocos cánceres, algunas terapias novedosas para unas pocas tendencias mendelianas y algunos marcadores genéticos fuertes para monitorizar la respuesta a los medicamentos, el riesgo de enfermedades o el riesgo de progresión de enfermedades– se han incorporado a la práctica médica rutinaria." Nicholas Wade, redactor científico del New York Times, lo ha resumido con las siguientes palabras: "tras diez años de esfuerzo, los genetistas están casi de vuelta a la primera casilla en la búsqueda de las raíces de la enfermedad."

La verdad es que, por el momento, cualquiera diría que estamos ante una desilusión. A pesar de los excesos en relaciones públicas, parecía bastante lógico suponer que la lectura del genoma humano conduciría a algunas transformaciones radicales en las ciencias médicas. Los únicos que manifestaron algunas dudas al respecto fueron los partidarios de las hipótesis ambientales de la enfermedad, que denunciaban un cierto fundamentalismo determinista genético en todo este asunto; y seguramente no les faltara su parte de razón, pero aún así se deberían haber conseguido bastantes más cosas. ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué falló? Y, ¿hasta dónde falló?

Proyecto Genoma Humano.

La idea original de decodificar nuestro ADN entero surgió en el Departamento de Energía de los Estados Unidos, cuyos intereses y laboratorios llegan mucho más lejos que la mera gestión energética nacional, a mediados de los años '80. En un informe de 1987, este ministerio ya declaraba que su intención era "crear un mapa físico del genoma humano" y en último término "entenderlo", pues "el conocimiento del genoma humano es tan necesario para el progreso continuo de la medicina y otras ciencias de la salud como el conocimiento de la anatomía humana lo ha sido para el estado presente de la medicina." El proyecto, con un presupuesto de tres mil millones de dólares, se inició en 1990 como una cooperación internacional donde también participaron el Reino Unido, Francia, Alemania, Japón, China e India.

La cosa parecía tan prometedora que en 1998 se incorporó la iniciativa privada de Craig Venter, al mando de Celera Genomics, con un presupuesto diez veces inferior (aunque hizo un poco de trampa, incorporando todos los resultados ya producidos por el Proyecto Genoma Humano que estaban disponibles al público a través de GenBank). El caso es que se produzco una especie de carrera durante las últimas etapas de la investigación, que ganó la iniciativa pública por poco, el 7 de julio de 2000.

A pesar de que estas cifras de miles de millones de dólares resultan mareantes, lo cierto es que salió muy barato. Con frecuencia, el desarrollo de un solo medicamento a manos de una compañía farmacéutica necesita diez años de investigación y unos mil millones de dólares. Leer el genoma humano entero en esos mismos diez años y por tres mil millones no parece ninguna exageración, sobre todo si tenemos en cuenta que hubo que desarrollar tecnologías completas que no existían al iniciar el programa: sólo estas tecnologías ya valen  mucho más que tres mil millones. Vamos, que el asunto no fue un desparramo económico y de hecho ha generado bastantes beneficios. Pero, ¡tan lejos de lo que soñábamos...!

Todos distintos, todos iguales.

Varmus ha resumido la situación actual con singular precisión y brillantez: "la genómica es una forma de hacer ciencia, no medicina." En efecto, la secuenciación de nuestro ADN nos ha proporcionado un tesoro de inmenso valor para la biología... cuyas aplicaciones médicas prácticas son todavía muy limitadas. Hemos leído el genoma pero, honestamente, aún no lo hemos comprendido. No lo bastante.

Y es que presenta muchas cosas notables y maravillosas... y diabólicamente complejas de entender. Por ejemplo, el número de genes capaces de expresarse en forma de proteínas es de tan sólo 23.000, cuando los gusanos redondos –supuestamente mucho más básicos que nosotros– presentan 20.000 (cuando se esperaban más de 100.000). La inmensa mayoría del genoma parece ser ADN basura (más técnicamente: no codificante) cuya función es en el mejor de los casos auxiliar y en muchas ocasiones nula, abandonado ahí por la evolución a lo largo de cientos de millones de años; en pruebas con ratones, cuando se retira parte de este "código inútil", no les pasa absolutamente nada. Otras partes del ADN no codificante contribuyen a la transcripción de ARN de maneras que aún no se comprenden bien. La similitud genética entre todos los seres humanos hereditariamente sanos es del 99,5% o superior. El parecido con el chimpancé es tan grande (en torno al 96%) que han surgido voces a favor de incluirlos en el género homo (o a nosotros en el pan). Y con el resto de primates la diferencia no es mucho mayor.

La hipótesis –quizá conjetura– más popular en tiempos recientes es que las diferencias entre seres humanos y entre sus posibilidades de contraer o desarrollar una enfermedad no se corresponden con uno o dos fallos o variaciones en el ADN, sino con una secuencia de complejísimas interacciones entre estas diferencias sutiles; lo que, obviamente, dificulta la posibilidad de identificarlos y corregirlos. Por su parte, los ambientalistas (partidarios de que las diferencias entre seres humanos y su propensión a las enfermedades están mucho más relacionadas con el entorno que con los genes) han encontrado una ocasión única para avanzar su opinión, mediante el sencillo argumento de que estas hipótesis o conjeturas deterministas no pasan de meras especulaciones con los datos actuales del genoma en la mano. Esto se les puede discutir con las enfermedades que tienen un componente hereditario más claro incluso a pesar de vivir desde la infancia en entornos distintos, pero sin duda resulta difícil ahora mismo con aquellas donde ese elemento hereditario es menos seguro. A la luz de lo (poco) que sabemos en estos momentos, este debate no se saldará pronto.

La fiesta de los biólogos.

En términos biológicos más generales, en cambio, la secuenciación del genoma humano y de otras especies ha significado un avance sin igual. A fin de cuentas, no nos podríamos plantear seriamente nada de todo esto si no hubiéramos empezado por leer el ADN, lo que ya constituye un enorme progreso en sí mismo. La ingeniería genética o la biología molecular contemporáneas serían incomprensibles sin los resultados de estos proyectos, que también representan una referencia esencial para la proteómica. En realidad, todo lo que hagan los biólogos a partir de ahora y para siempre estará marcado por este conocimiento antes oculto. Y, conforme vayamos sabiendo más y más, se irá extendiendo a la medicina; aunque quizá no de las formas que supusimos al principio, cuando aún éramos más ignorantes.


Así que, como decía mi abuela, ni tan calvo ni con siete pelucas. La secuenciación del genoma humano ha representado un importantísimo avance biológico con aplicaciones secundarias en la medicina del presente, que muy probablemente se irán incrementando conforme aprendamos más. En cierto modo ha sido una desilusión, pero sólo porque Mamá Naturaleza nos tenía reservado un rompecabezas aún más complejo y fascinante dentro de cada una de nuestras células. Y, sin duda, ha sido un principio: el nacimiento de las ciencias biológicas futuras, con todas las implicaciones médicas que ello supone y supondrá. Como siempre, la ciencia avanza hasta cuando se equivoca; nos equivocamos haciendo promesas exageradas hace diez años, pero el resultado es que ahora sabemos mucho más y mucho mejor. El progreso no es siempre una línea recta, sino un montón de caminos retorcidos que incluyen ocasionalmente alguna vuelta atrás. En el largo plazo, la lectura del ADN se recordará como un gran hito y el momento en que comenzamos a comprendernos a nosotros mismos, profundamente, mejor.

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domingo, 25 de julio de 2010

Narcosubmarinos.




Conforme los cárteles colombianos tratan de recuperar el negocio perdido a manos de los mexicanos,
van surgiendo navíos más y más sofisticados para alcanzar furtivamente las costas de los Estados Unidos.

El próximo miércoles hará un año que el conocido mafioso de origen georgiano Vyacheslav Ivankov se encontró con su destino a la manera tradicional: tres balas de francotirador fueron a saludarle mientras salía de cenar en un restaurante moscovita. Herido de muerte pero duro de pelar, pereció 73 días después –el 9 de octubre de 2009– y fue enterrado con el lujo habitual en estos casos y coronas florales de los grandes ladrones de ley repartidos por medio mundo. La policía de Moscú encontró el rifle dentro de un coche abandonado en un aparcamiento próximo pero ni rastro del asesino, como suele ser corriente en estos casos.

Ivankov había sido un viejo conocido de la policía soviética, rusa y también de la norteamericana, que saltó a los periódicos allá por 1995, cuando le arrestaron en Miami por estar organizando la venta de submarinos soviéticos al Cártel de Cali. Sí, submarinos soviéticos de verdad, diésel-eléctricos de las clases Tango y Juliett que habían sido decomisionados tras el colapso de la URSS y se oxidaban en diversos puertos bálticos. Los submarinos diésel-eléctricos son mucho más silenciosos que los nucleares y por tanto se les considera mucho más capaces de penetrar –aunque sea más despacio y con menos prestaciones– los sistemas de defensa antisubmarina sin ser detectados. Al parecer, fueron los colombianos quienes se rajaron, por parecerles una operación demasiado atrevida. Ivankov, por su parte, tenía ya hasta apalabrado un grupo de veinte tripulantes con un contrato de un año.

Probablemente, los colombianos tenían razón. Resulta difícil imaginar cómo pensaba Ivankov trasladar uno o varios submarinos soviéticos desde el Mar Báltico hasta Sudamérica sin dejar pistas y sin descubrirse ante los medios que Estados Unidos tiene desplegados en el Atlántico y en el Pacífico, sobre todo teniendo en cuenta que los navíos estaban ya desprovistos de buena parte de sus medios bélicos y la tripulación mercenaria –según dicen– se hallaba compuesta por marinos de aluvión con una experiencia limitada en el gobierno de estos sumergibles bastante sofisticados para su época. Sin embargo, la idea no murió cuando la operación fue cancelada. Quizá la posibilidad de operar una flota submarina ex-soviética estuviera más allá de las posibilidades reales de un paraestado como el que tienen organizadas algunas redes de narcotraficantes, pero un programa más modesto podía estar dentro de su alcance.

Narcos.

La absurda Guerra contra las Drogas, además de sembrar muerte y corrupción por todas partes mientras aseguraba que cualquiera pueda encontrar cualquier droga en cualquier punto del mundo, ha hecho que comarcas y regiones enteras de numerosos países vivan de estas sustancias ilegales bajo el dominio semifeudal de clanes, cárteles y mafias de toda especie. De manera notoria, la producción de cocaína y el tráfico de otros productos como la heroína con dirección a los Estados Unidos sigue presente en extensas capas de la sociedad colombiana y muy especialmente en el corrupto sistema denominado parapolítica.

Al mismo tiempo, por simple proximidad geográfica, los estados norteños de México han ido cayendo cada vez más en manos de estas organizaciones mafiosas que antes eran empleados y ahora han pasado a controlar gran parte del material destinado a los gringos. Este proceso se produjo cuando los tradicionales cárteles colombianos (Medellín, Cali, Norte del Valle, Costa Norteña) fueron desarticulados durante los años '90. Inmediatamente a continuación, a partir de 2000, los cárteles mexicanos tomaron el relevo en una espiral de violencia que dura hasta hoy en día con la cooperación de algunos sectores de la Iglesia Católica local.

A los narcos colombianos no les hizo ninguna gracia tener que ceder una parte tan sustantiva del negocio (que se estima entre el 30% y el 50%) a sus homólogos mexicanos. Por ello, vienen buscando desde entonces maneras de transportar al menos una parte de la producción hasta los Estados Unidos con sus propios medios. La manera más castiza de hacer esto (además de sobornar a los policías fronterizos) era mediante barcos y aviones privados operando desde puertos y pistas clandestinas repartidos por toda la región, pero el rápido avance contemporáneo en las técnicas de detección y seguimiento aéreo lo ha ido convirtiendo en un método muy inseguro y poco rentable. Había llegado la hora del submarino.

Semisumergibles.

La costa pacífica de Colombia es un paraíso para los contrabandistas. Miles de acantilados y riachuelos que desembocan en el océano forman una densa red de vías fluviales cubiertas por densos bosques de manglares donde es posible construir pequeños puertos y astilleros (o disimularlos entre los de las comunidades locales) sin que los enemigos lleguen a darse cuenta. Es uno de esos lugares donde siempre ha habido contrabando de todo lo que tuviera algún valor, lo bastante mísero como para que se anime cualquiera que aspire a una vida un poco mejor y lo bastante antiguo como para haber llegado a formar una cultura local.

Construir un submarino operacional capaz de adentrarse en el Océano Pacífico –aunque sea más o menos siguiendo la costa– durante tres mil quinientas millas hasta alcanzar los Estados Unidos es harina de otro costal. Las grandes potencias industriales no pudieron hacer algo así hasta la Primera Guerra Mundial, y hubo que esperar hasta después de la Segunda para que fuera posible completar el viaje sin salir a la superficie. Por poderosas que sean, las organizaciones de narcotraficantes no son grandes potencias industriales ni tienen sus mismos recursos. Así pues, la primera solución fue desarrollar navíos artesanales semisumergibles, en los que la mayor parte del casco se encuentra bajo el agua y sólo asoma una pequeña porción por encima de la superficie.

Este tipo de diseño tiene muchas ventajas. Primitivas, pero ventajas. Por un lado, resulta sencillo y económico de producir y manejar, sin las complejidades de un navío totalmente sumergible. Por el otro, reduce enormemente las posibilidades de detección a manos de navíos (o submarinos, llegado el caso). Al asomar tan poco por encima del agua, se oculta fácilmente tras el horizonte, por debajo de la cobertura rádar de la Guardia Costera y los federales. Siendo además buques muy sencillos construidos con piezas y motores comerciales, su sonido se camufla fácilmente entre los millones de barquichuelos legales que atraviesan esas aguas. Y si a pesar de todo te detectan, es muy rápido de hundir y echarse al agua para que te rescaten; de este modo, las pruebas del contrabando acaban en el fondo del mar.

Así, a partir del año 2000, estos semisumergibles comenzaron a subirse al gringo en largos –y arriesgados– viajes por el Atlántico y el Pacífico. Al principio, los Estados Unidos creían que eran rumores sin fundamento y los llamaban Bigfoots. Sin embargo, durante 2006 avistaron tres y a finales de año lograban capturar el primero, noventa millas al sudoeste de Costa Rica. En 2008 estaban avistando diez al mes pero sólo conseguían hacerse con uno pues sus tripulaciones, al saberse descubiertas, los hunden para no ser capturados con las manos en la masa.

Ya desde el primer momento, los estadounidenses observaron algunos detalles de diseño sorprendentemente avanzados. Por ejemplo, el uso de materiales sintéticos, fibra de vidrio y formas orientadas a reducir el retorno rádar en las partes que se hallan sobre la superficie, así como una ingeniosa disposición de los tubos de escape para reducir el perfil infrarrojo; una forma precaria pero eficaz de tecnologías furtivas. Utilizan habitualmente sistemas de navegación GPS. Nadie sabe cuántos han podido colarse sin ser detectados a lo largo de los últimos años; cada uno de ellos puede transportar fácilmente diez toneladas de carga a unos seis nudos desde Colombia a Norteamérica, con una parada para repostar.

Sin embargo, todo el concepto presenta varios problemas evidentes. El más básico, que estos barquitos se siguen viendo muy bien desde el aire y una vez vistos, carecen de las capacidades de fuga de las planeadoras y los barcos provistos con motores de alta potencia. Por otra parte resultan inconfundibles, con lo que no se pueden disimular como navíos legítimos. Y, finalmente, la aprobación de diversas leyes condenando específicamente la tripulación de esta clase de naves sin bandera anuló las ventajas legales de hundirlo y tirarse al mar.

Y todo el mundo supuso el siguiente paso, pero muy pocos quisieron creerlo. Vale, hacer un barquichuelo de borda baja con un par de soluciones furtivas interesantes es una cosa. Pero submarinos de verdad, no. Imposible. Que son sólo narcos, oiga. Y encima, sudacas. ¡Qué van a saber esos!

Narcosubmarinos de bolsillo low-cost.




El primer paso fue el desarrollo de un torpedo no propulsado para transportar la carga. Este sumergible está equipado con tanques de lastre para ajustar su flotabilidad de tal modo que quede estabilizado a unos treinta metros de profundidad. Entonces se carga con farlopa y un barco legítimo –un pesquero, un mercante, un buque de recreo, lo que sea– lo arrastra bajo el agua. Si aparece una patrullera con intenciones dudosas, no tienen más que soltar el cable (que puede ser perfectamente subacuático con un sencillo actuador a distancia); el torpedo queda atrás y el barco, que está limpio, seguirá su camino con toda normalidad. Al cabo de un rato, mediante un temporizador, el torpedo levanta un marcador o baliza –un palé de madera pintado de un determinado color, por ejemplo– para que otro buque que viene detrás –digamos, un pesquero con una red– lo recoja y prosiga viaje de la misma manera.

Esta técnica resulta muy eficaz porque el transporte resulta prácticamente indetectable –salvo que se empleen medios costosísimos totalmente sobredimensionados– y los barcos no llevan a bordo nada ilegal. Incluso aunque arresten a la tripulación con cualquier tecnicismo, un abogado mínimamente capaz se lo puede llegar a poner muy difícil al fiscal para demostrar que eso que apareció ahí abajo –si es que apareció– pertenece a los acusados y no a cualquier otro de los miles de navegantes que surcan esas mismas aguas diariamente.

Sin embargo, no iban a detenerse ahí. Además de las obvias posibilidades de mejorar este torpedo –por ejemplo, dotándolo de algunas capacidades autónomas y/o reduciendo aún más su detectabilidad– los narcos colombianos parecen decididos a establecer una línea submarina de pleno derecho. Ya en el año 2000, en un almacén de Bogotá, apareció un submarino con casco de acero en sus últimas etapas de construcción que al parecer había sido diseñado con ayuda de ingenieros rusos y norteamericanos. Les llamó la atención la gran calidad del montaje. Hay gente que necesita mejorar su plan de pensiones antes de retirarse y todo eso.

En 2007, la Guardia Costera de los Estados Unidos interceptó un vehículo del tipo de un submarino con un importante alijo de drogas ilegales. En julio de 2008, la Armada Mexicana hizo lo propio con un submarino casero, en lo que parece ir evidenciando un grado cada vez mayor de sofisticación. Pero nadie estaba preparado para lo que apareció a principios de este mes de julio de 2010 en un recóndito riachuelo de la selva ecuatoriana, a muy poca distancia de la frontera con Colombia.

La policía ecuatoriana, siguiendo una pista de la DEA norteamericana, se encontró en un astillero selvático un submarino de fibra de vidrio completo, a falta sólo de los retoques finales para realizar su primer viaje. Se trataba de un navío de treinta metros de eslora a propulsión diésel-eléctrica verdadera, valorado en unos cuatro millones de dólares y provisto con periscopio, snorkel, sistema de respiración autónoma con aire acondicionado y el resto de características propias de un auténtico submarino. Estaba provisto de diversas mejoras tecnológicas con objeto de reducir el nivel de ruido e incrementar su furtividad general, y debía ser tripulado por cinco o seis personas para transportar unas diez toneladas de género hasta Norteamérica. No se sabe si es el primero que construían o si ya existen otros en servicio; su grado de sofisticación invita a pensar en que no era la primera vez que se ponían (o en que alguien tiene un ingeniero muy bueno y experimentado...). No me resisto a mostrarte una colección de imágenes:









¿Y por qué te cuento esto? Pues porque me fascina el ingenio humano, esa extraordinaria capacidad que tenemos para enfrentarnos a las cuestiones más difíciles y resolverlas. En medio de una selva remota, de la miseria caciquil, muy lejos de algo parecido a una industria naval, hay gente capaz de fabricar submarinos verdaderos con el propósito de desafiar a una gran superpotencia. Amosnomejodas. Con independencia de la opinión moral que te merezca todo el asunto, hace falta valor, inteligencia y capacidad para hacer algo así. Aunque quizás podría tener más altas metas, esa es la misma luz que nos sacó de las cavernas en busca de algo mejor.




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jueves, 22 de julio de 2010

Qian Xuesen, el otro diseñador jefe.

...todos los que sabían algo sobre el tema parpadearon con asombro y desesperación
ante semejante acto de ceguera, fanatismo e idiotez. Ninguna trama de espionaje
suministró jamás tanta información sobre cohetería, misilística y tecnología
aeroespacial avanzada a una potencia extranjera de un solo golpe. Con este
monumental gol en propia portería, los Estados Unidos exportaron un programa
espacial entero a la República Popular China de Mao. Un programa espacial que
se llamaba Qian Xuesen.



En 1955, la República Popular China era un país inmenso, superpoblado y atrasado recién salido de la Revolución que la fundó y de la Guerra de Corea. Apenas empezaba a apuntar algo llamado industria china; la mera idea de que pudieran tener un sector aeroespacial capaz ya no de mandar gente al espacio, sino de fabricar un avión sencillo, era pura fantasía.

En 1975, veinte años después, la República Popular China ya había desarrollado un extenso programa de misiles balísticos y lanzadores espaciales que le permitió poner sus primeros satélites en órbita. En 2003 lanzó su primer taikonauta al cosmos. Actualmente se plantea instalar estaciones espaciales, mandar misiones a la Luna y Marte y convertirse en un operador comercial de primer orden. El programa espacial chino es el otro gran programa espacial, la otra gran esperanza para nuestro futuro en las estrellas.

Como siempre, hubo muchas personas brillantes detrás de todos estos logros; y como casi siempre, hubo al menos una que destacó por encima de todas las demás; el cerebro, el alma del proyecto, el hombre cuyos ojos miraban a las estrellas y sus manos trabajaban pegadas a la tierra. Si en los Estados Unidos éste se llamaba Wernher von Braun y en la Unión Soviética Sergei Korolev, en la República Popular China su nombre fue Qian Xuesen. ¿Habías oído hablar alguna vez de él?

El becario genial.

Qian Xuesen (錢學森) –también transliterado como Tsien Hsue-Shen y de otras maneras– nació en Hangzhou siendo diciembre de 1911. Pocas semanas después sería derrocado por primera vez el último emperador de China (o penúltimo, según se mire) mientras el empobrecido país agrícola se deslizaba hacia la larga y compleja Guerra Civil que se saldaría finalmente con la Revolución y el triunfo de los comunistas de Mao. Podemos hacernos fácilmente una idea de los tiempos convulsos en que se formó el pequeño Qian, hijo de un funcionario público estatal.

Sin embargo, esto no le privó de recibir una educación de cierta calidad en un tiempo en que millones de campesinos desharrapados pasaban hambre, miseria y privaciones de toda especie. Su familia se mudó a Shanghai cuando él tenía tres años, pues a su padre le asignaron un cargo en el Ministerio de Educación. Allí estudió y terminaría graduándose como ingeniero mecánico de ferrocarriles en la Universidad Jiao Tong, siendo 1934; el año en que empezó la Larga Marcha

El excelente desempeño de Qian en la universidad le hizo acreedor a una beca indemnizatoria por la Rebelión Boxer, que permitía a los estudiantes chinos más destacados proseguir su formación en los Estados Unidos. Así, después de un breve paso por la Fuerza Aérea China, el joven de veintitrés años abandonaba su país natal para seguir estudiando en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Allí se destacó otra vez, y de qué manera. A pesar de las dificultades idiomáticas, obtuvo un doctorado en Ingeniería Mecánica al año siguiente en esta prestigiosa institución; y, aprovechando su capacidad poco común en matemáticas teóricas, pasó al Instituto Tecnológico de California (CalTech) para continuar sus estudios bajo la dirección del legendario ingeniero aeroespacial Theodore von Kármán.

Fue por aquel entonces cuando Qian se evidenció como un genio extraordinario de quien nadie quería prescindir. Él, por su parte, comenzó a interesarse en el uso de cohetes para futuros vuelos espaciales siguiendo las ideas de Frank Malina. Protegidos por Von Kármán y junto a otros estudiantes del CalTech, pusieron en marcha un grupo de investigación en cohetería al que todo el mundo llamaba el escuadrón suicida debido a las características explosivas de sus trabajos. Este escuadrón suicida, años después, se convertiría en el Jet Propulsion Laboratory (JPL).

Durante la Segunda Guerra Mundial los estudiantes del escuadrón suicida fueron reclutados para las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, donde el ingeniero chino alcanzó el grado de coronel. Trabajaron en el desarrollo de diversos cohetes para la artillería y la aviación; un equipo dirigido por Qian produjo en 1944 el primer cohete norteamericano de etapas múltiples, llamado Private-A. Al finalizar el conflicto, él y Von Kármán fueron los primeros que viajaron a la Alemania derrotada para hacerse con sus especialistas y ponerle las manos encima a la V-2. Entre estos especialistas capturados se encontraba ni más ni menos que Wernher von Braun. Nadie podía sospechar por aquel entonces que el futuro padre del programa espacial chino estaba interrogando y evaluando al futuro padre del programa espacial norteamericano.

Tras la guerra, Qian siguió sirviendo a los Estados Unidos, apuntando cada vez más alto, cada vez más lejos. Von Kármán escribió sobre él: "A los 36 años, era un genio indisputable cuyo trabajo estaba proporcionándnos un ímpetu enorme para avanzar en la aerodinámica de alta velocidad y la propulsión a chorro." En Europa conoció a una famosa cantante de ópera llamada Jiang Ying, hija de un alto cargo vinculado a los nacionales anticomunistas de Chiang Kai-Shek, con quien se casaría durante una visita a China en 1947.

Poco después de su regreso a los Estados Unidos para dar clases en el MIT, Qian se convirtió en el director del Centro de Propulsión a Chorro Daniel y Florence Guggenheim del CalTech y se puso a trabajar en el diseño de un avión cósmico intercontinental que después se convertiría en el X-20 Dyna-Soar; un antecesor directo del transbordador espacial. Padre ya de su primer hijo y con otra peque en camino, solicitó la nacionalidad estadounidense en 1949. El doctor Qian Xuesen estaba a punto de convertirse en uno de los padres del programa espacial norteamericano, cada vez más y más cerca de las regiones del cosmos.

La histeria anticomunista.

Entonces, un informe del FBI cayó sobre él y su familia como un mazazo. Qian aparecía en una lista de miembros y simpatizantes del Partido Comunista de los Estados Unidos elaborada en 1938. Sus constantes servicios a Norteamérica no le sirvieron de nada, ni tampoco el hecho de estar casado con la hija de un nacional chino. Inmediatamente tras la victoria revolucionaria de Mao y con la caza de brujas del macarthismo ya en marcha, el ingeniero fue desprovisto de todas sus calificaciones securitarias, lo que le impedía trabajar de hecho en el sector aeroespacial. Imposibilitado así para mantener a su familia, anunció su intención de regresar a la ahora maoísta China (lo que probablemente no fuera más que una forma de presión para que le dejaran en paz).

Había medido mal el alcance y la extensión de la histeria anticomunista en los Estados Unidos. Este anuncio provocó que lo encerraran en la aislada prisión de Terminal Island. Muchas personas trataron de interceder por él, pero sólo lograron que fuera transferido a un severo régimen de arresto domiciliario en condiciones miserables. Le acusaron de espionaje por un supuesto intento de sacar documentos secretos de los Estados Unidos; tales documentos no eran otra cosa que tablas logarítmicas. Hasta el entonces Subsecretario de la Armada dijo, años después: "Fue la cosa más estúpida que este país hizo jamás. Qian no era más comunista que yo, y le obligamos a marcharse."

El caso es que uno de los mejores expertos en ingeniería aeroespacial de Estados Unidos y del mundo entero, con la cabeza llena de la ciencia más avanzada, quedó integrado en un programa de intercambio de prisioneros con la recién fundada República Popular China. En 1955, el doctor Qian Xuesen –co-fundador del Jet Propulsion Laboratory, padre de los cohetes norteamericanos de etapas múltiples, precursor del transbordador espacial, el genio de Von Kármán– fue deportado a la China de Mao a cambio de doce prisioneros de la Guerra de Corea. Con él marcharon también su esposa y sus dos hijos nacidos en los Estados Unidos. Y una inmensa cantidad de conocimientos que albergaba en su mente privilegiada.

Todos los que sabían algo sobre el tema parpadearon con asombro y desesperación ante semejante acto de ceguera, fanatismo e idiotez. Ninguna trama de espionaje suministró jamás tanta información sobre cohetería, misilística y tecnología aeroespacial avanzada a una potencia extranjera de un solo golpe. Con este monumental gol en propia portería, los Estados Unidos exportaron un programa espacial entero a la República Popular China de Mao. Un programa espacial que se llamaba Qian Xuesen. Aquí, a anticomunistas no nos gana nadie. ¡Faltaría más!

El viento del este.

Lógicamente, a las autoridades maoístas les faltó tiempo para ponerlo a trabajar dotándolo de todos los medios posibles en cuanto Qian pisó territorio chino. Como ni en China ni en ningún otro lugar del mundo –fuera de los Estados Unidos y la Unión Soviética– había instituciones del nivel suficiente para que el recién llegado pudiera explayarse a su gusto, le permitieron crear inmediatamente el Instituto de Mecánica de la Academia Sinica y lo hicieron jefe del programa de desarrollo de misiles balísticos. Rápidamente, el genio transformó de arriba abajo el débil programa chino de cohetes y misiles y formó un curso de estudiantes seleccionados que pronto viajaron a la URSS –con quien estaban en buenas relaciones por aquel entonces– para completar su formación con los ingenieros espaciales soviéticos que se disponían a lanzar el Sputnik.

Al parecer, en un último acto de lealtad con sus antiguos compañeros, Qian dejó deliberadamente en los Estados Unidos sus escritos precedentes y no aportó detalles sobre los programas norteamericanos a la URSS. En vez de eso, lo reconstruyó todo desde cero en China. Sobre la base de un misil de corto alcance soviético R-2 –una copia mejorada de la V-2 alemana, a diferencia de los siguientes diseños rusos, que eran totalmente autóctonos– nuestro deportado co-fundador del Jet Propulsion Laboratory puso en marcha un programa espacial y misilístico a gran escala durante las siguientes tres décadas.

En 1958, Qian ya tenía completado el diseño conceptual básico de la serie de misiles balísticos Dong Feng, que significa viento del este. Fue también por estas fechas cuando ingresó en el Partido Comunista de China, al parecer convertido finalmente en el rojo que nunca había sido antes. Los primeros lanzamientos del DF-1 –versión local del R-2– se iniciaron en 1960, seguidos rápidamente por el DF-2 de 1.000 km de alcance en 1962 –que muchos creen originado en el R-3 soviético– y el DF-3 en 1966, capaz de llevar una carga nuclear hasta las Filipinas. Inmediatamente después llegaría el DF-4 de etapas múltiples, en 1970, seguido por el DF-5 en 1971.

El DF-5 era ya un misil balístico intercontinental de diseño completamente propio, con más de 12.000 km de alcance y por tanto capaz de alcanzar el mundo entero excepto Sudamérica. Eso incluía a la URSS (con la que ahora ya no se llevaban tan bien), a Europa y... a los Estados Unidos, claro. En los dieciséis años transcurridos desde su deportación, el doctor Qian había llevado a China desde el carro tirado por bueyes hasta convertirse en la otra potencia nuclear con alcance global. Y no paraba de trabajar.



El largo viajero.

A esas alturas, el programa aeroespacial chino había alcanzado ya una entidad gigantesca y estaba listo para dar el siguiente paso. A primera hora de la noche del 24 de abril de 1970, desde un lugar inhóspito del Gobi llamado Jiuquan, un cohete llamado Larga Marcha 1 se separó del suelo sin intención alguna de caer sobre nadie. Su destino estaba allá arriba, en las estrellas.

Pocos minutos después, una extraña melodía comenzaba a bañar el mundo desde los cielos. Se trataba de una canción revolucionaria china, el Este es rojo (Dong Fang Hong), y siguió sonando durante los siguientes veintiséis días. Es decir, durante los veintiséis días que el primer satélite artificial chino permaneció en órbita. El doctor Qian Xuesen acababa de convertir a China, también, en una potencia espacial; mientras tanto, otros discípulos suyos se adentraban en la tarea de desarrollar misiles navales como el conocido Silkworm y sus sucesores.

Durante los siguientes años, China continuó lanzando y aprendiendo. A los Larga Marcha 1 les siguieron los 2, 3 y 4 que se han convertido en la columna vertebral de su programa. Forman una amplia panoplia de lanzadores ligeros, medios y pesados que no tienen mucho que envidiar a los de Estados Unidos, Rusia o Europa. Siguiendo el modelo del programa espacial soviético, desarrollaron los buques Yuanwang y se dispusieron a entrar en la liga de los grandes siguiendo una lógica muy parecida a las de las series Vostok, Soyuz y Salyut-Mir con tecnología propia.

Finalmente, Qian se retiró en 1991, a los ochenta años; tras ello, adoptó un perfil bajo y se interesó en el estudio científico de la medicina tradicional china. A su alrededor, la obra gigantesca que puso en marcha seguía su camino, llevando el primer taikonauta al espacio en 2003, disponiéndose a lanzar su primera estación espacial, adentrándose en el segmento comercial, preparándose para ir a la Luna y Marte y más allá, convirtiéndose cada vez más en uno de los jugadores principales para el futuro de la humanidad. Todo esto y más vieron sus ojos satisfechos antes de que pereciera en Beijing, a los 97 años de edad, el 31 de octubre de 2009.

Este fue Qian Xuesen, el Emperador de los Cohetes, el hombre discreto, sereno, amable y soñador que puso en marcha dos programas espaciales de inmenso valor. Considerado por todos el patriarca de la taikonáutica china, su obra se extenderá durante décadas y siglos en el futuro mientras sus huesos ancianos reposan en el Cementerio Revolucionario Babaoshan (lo que viene siendo el Arlington de los norteamericanos o el Novodevichi de los rusos, en versión china). Desde los cinco cosmódromos chinos, las naves espaciales que él concibió siguen despegando con toda normalidad. En ubicaciones secretas por toda la República Popular, los misiles atómicos que diseñó les protegen de cualquier agresión; y los que no son atómicos representan un excelente artículo de exportación. Como alguien dijo sobre otro programa espacial, esto ya no es una aventura, ahora es un trabajo. Que es, probablemente, lo mejor que se puede decir de algo así.

Qian Xuesen (1911-2009), ingeniero mecánico, miembro de la Academia China de Ciencias.
Coronel de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, co-fundador del Jet Propulsion Laboratory, precursor del transbordador espacial.
Fundador del programa espacial chino, Héroe de la Ciencia, Medalla al Mérito.
Diseñador de naves espaciales.

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domingo, 18 de julio de 2010

El origen de Dios.

En el siglo XXI, casi cuatro mil millones de personas
adoran a una amalgama de antiguos dioses cananeos.

El complejo religioso más importante de nuestro tiempo es, sin duda, el sistema monoteísta de cultos abrahámicos. Cristianismo e islam, originados en el judaísmo, declaran en la actualidad unos 3.600 millones de seguidores y aumentan constantemente con el incremento de la población mundial. El papel de estas creencias en los sucesos y conflictos del presente, desde finales de la Guerra Fría, no puede ser más evidente y relevante. Pero, ¿de dónde proceden? ¿Qué clase de deidad es esta? ¿Cómo surgió el dios de las religiones abrahámicas?

De los judíos antiguos.

El Éxodo no ocurrió.

Sí, ya, es una pena porque la historieta mola un montón y la superproducción de Hollywood era la caña. Pero todos los indicios históricos y arqueológicos apuntan a que nunca hubo una gran masa de judíos en Egipto, ni saliendo de Egipto, ni viajando por el Sinaí durante no sé cuántos años. Y menos los 603.550 "aptos para la guerra" que díce Números 1:46, o los 600.000 "hombres de a pie, sin contar los niños" (y es de suponer que tampoco las mujeres y niñas...) indicados en Éxodo 12:37, lo que bien podría sumar unos dos millones de personas en total.

Se da la circunstancia de que los escribas egipcios eran como una especie de contables germánicos con trastorno obsesivo-compulsivo, que tomaban nota de todo y guardaban copia de todo. Y en toda la historia egipcia no aparece una sola referencia, ni siquiera indirecta, a un hecho de semejante calado: la emigración súbita del 66% de su población aproximadamente (el Egipto Antiguo tenía una población de unos tres millones de personas en torno al periodo del Imperio Nuevo y de aproximadamente siete millones hacia el final de su existencia). De hecho, ni siquiera mencionan la presencia notable de judíos en Egipto; en realidad, sólo hablan de ellos como otro pueblo periférico más. Lo más parecido es una vaga referencia a algo remotamente similar a una "plaga", tema al que los antiguos eran muy aficionados –y los modernos también–.

Tampoco existe registro arqueológico alguno sobre una masa humana semejante moviéndose por los desiertos del Sinaí durante décadas (y menos aún en las poblaciones que dice la Torá), ni manera de cuadrar al Faraón del Éxodo con ninguno de la realidad (salvo en los habituales ejercicios de fantasía), ni por cierto forma alguna de trazar el texto original antes de mediados del primer milenio antes de nuestra era.

De hecho, resulta bastante obvio que el Éxodo no es sino un mito de fundación nacional hebreo –como hay tantos otros–. Si ocurrió algo remotamente parecido que pudiera inspirar a sus autores, desde luego no fue en el segundo milenio aC (como debería ser para constituir la fundación de Israel) sino en el primero, cuando Israel ya llevaba existiendo un tiempo. La política del Éxodo es del primer milenio, no del segundo. La geografía del Éxodo es del primer milenio, no del segundo (en el segundo no existían aún muchas de las localidades indicadas por la Torá). Y la necesidad del Éxodo es del primer milenio, no del segundo: a partir del exilio en Babilonia, en torno al siglo VI a.C. Que es, por cierto, cuando se funda la religión judía que conocemos: no se puede trazar ninguno de sus textos hasta fechas anteriores al siglo V a.C. Y muy probablemente su forma completa actual ni siquiera sea anterior al II.

Nunca hubo cruce del Mar Rojo, maná lloviendo de los cielos, Tablas de la Ley, Diez Mandamientos, Arca de la Alianza, becerro de oro ni cosa parecida. Es muy posible que ni siquiera hubiese Rey Salomón o Primer Templo de Jerusalén (no con la significación que nos han contado, al menos). Lo que sí hubo fue un conglomerado de pueblos canaanitas en el llamado complejo cultural del Levante, vinculados a Asiria y Mesopotamia por un lado, a Egipto por el otro y a Turquía y las islas griegas por vía marítima. La cultura de los yacimientos israelitas más tempranos es canaanita, sus objetos sagrados son los del panteón canaanita, la cerámica pertenece a la tradición local canaanita y el alfabeto es canaanita temprano. La única diferencia entre los poblados israelitas y el resto de los cananeos es la ausencia de huesos de cerdo, aún no se sabe bien por qué (pero sin duda recuerda a las prohibiciones del judaísmo y el Islam). Más allá de toda duda razonable, uno o una mezcla de estos pueblos canaanitas se encuentran en el origen de los hebreos modernos.

Estos pueblos canaanitas compartían los mismos dioses, y de manera notable uno llamado Ēl, que también era el término genérico para "deidad": un dios anciano, muchas veces representado con barba, que aparece a menudo sentado en su trono. Se encuentra más comúnmente citado en plural, Elohim, pues los canaanitas eran fundamentalmente politeístas. No, no es un plural mayestático. Es politeísmo: los dioses.

Ēl, Elohim, Alá.

Mira que nos habrán dado la brasa con los Rollos del Mar Muerto, y qué poquito se ha hablado de las culturas ugarítica y eblaíta, que nos legaron un enorme registro documental sobre los pueblos canaanitas del tercer y segundo milenio: exactamente cuando empezaba a formarse esta religión judía de la que posteriormente se derivaría el cristianismo y el Islam. Resulta que los Elohim bíblicos eran ya deidades ugaríticas, eblaítas y de los demás pueblos de la región. En el panteón levantino, estos Elohim son los setenta hijos de Ēl, un conglomerado de deidades venerados en toda la zona desde tiempos prehistóricos. Y, muy notablemente, con un claro componente acadio-babilónico.

Ēl, singular de Elohim, ya aparece presidiendo la lista de dioses en las ruinas de la Biblioteca Real eblita (yacimiento arqueológico de Tel Mardik), allá por el 2.250 a.C. Eso es mucho antes de que nada llevara el nombre de Israel o el adjetivo de judío (y no digamos cristiano o musulmán): hablamos de los contemporáneos del Imperio Antiguo de Egipto, cuando las pirámides aún estaban seminuevas. Ēl, un dios-toro, es a su vez un cognado del acadio Ilu o Ilum y se trata probablemente del mismo dios que Baal-Hammon, al que los fenicios –otros canaanitas– sacrificaban a sus bebés quemándolos vivos ante Moloch.

Todas estas palabras, en realidad, son versiones modernas sobre cómo se pronunciaban esas cosas. Porque la realidad es que estos idiomas semíticos y protosemíticos se han escrito de siempre sólo con consonantes. Y cuando se escriben sólo con consonantes –que es como se hacía– todos resultan idénticos entre sí: variantes sobre las raíces 'L y L-M. Ēl, Elohim, Eli, Ilah, Ilu, Ilum y demás expresiones divinas no son sino expresiones diversas de 'L y L-M: el dios, los dioses.

Estas raíces protosemíticas no sólo viajan hasta nuestro tiempo a través de los Elohim de la Torá y el Antiguo Testamento, o el Eli del nuevo, sino también por la vía de las culturas árabes que se desarrollaron en el mismo territorio y sus alrededores. El dios de los musulmanes es el mismo dios abrahámico que el de cristianos y judíos; y el nombre del dios se transporta mediante esta raíz L, transformándose en Alá (que significa, exactamente... Dios). La famosa shahada del  Islam "no hay más dios que Dios y Mahoma es su mensajero" empieza literalmente: lā 'ilāha 'illā-llāhu...; o sea, no hay más iLah que aLá. Islam, por supuesto, procede asímismo de la raíz semítica S-[L-M], y significa "sumisión [a Elohim]").

Yavé.

Sin embargo, judíos y cristianos aseguran que su Ēl tiene otro nombre más, y que este nombre es Yavé, Yahvéh, Yehová (Jehová) o cualquier otra invención sobre el tetragrámaton hebreo YHWH. Normalmente, lo que hacen es combinar YHWH con distintos juegos de vocales sacados de Elohim o Adonai ("Señor"). Pero por lo que yo sé, se podría decir también Lloví (decorado como Yohvíh), Lleva (Yehvah), Llave (Yahveh) o cualquier otra combinación al uso; porque, supuestamente, el nombre de su dios era tan, tan sagrado y tan, tan secreto que la forma original se ha perdido. Esto, por lo que se ve, es muy importante y los distingue del resto de seguidores del antiguo dios-toro levantino; además, es un término en singular y así se aleja del incómodo y cananeo plural politeísta Elohim.

El origen de este nombre YHWH es más oscuro pero no más exclusivo en territorios levantinos que los muy vulgares Elohim. Para empezar, ya en el mismo Antiguo Testamento aparece cincuenta veces en una variante más corta, normalmente pronunciada Jah o Yah (YH): veintiséis en solitario y veinticuatro como parte de la palabra aleluya (alelu-yah, "alabad a Yah"). Se dan tres circunstancias curiosas. La primera es que los textos bíblicos donde aparece predominantemente tienden a contarse entre los más antiguos (como Salmos o el Cantar de los Cantares), lo que sugiere una forma primitiva del nombre. La segunda es que existía un antiguo dios lunar egipcio que se llamaba también Yah, y los egipcios mandaron mucho en Canaán durante varios periodos importantes de su historia (con una influencia extensiva en sus regiones meridionales...). Y la tercera es que la raíz consonántica YW (Yav) aparece ya en la Épica de Baal ugarítica y en varios textos eblaítas como una variante sobre el dios del mar Yam.

Pero dejémonos de especulaciones. Este dios YHWH es un dios meridional de los edomitas, otro pueblo semítico que vivía por la parte del Desierto del Négev y que finalmente fue asimilado a los judíos. Hay arqueólogos notables que afirman haber identificado a YHWH en textos egipcios referidos a los shasu, un pueblo beduino de ganaderos nómadas que rondaba en torno a estos desiertos, pero otras personas opinan que esta palabra YHWH hace referencia a sus campamentos (lo cual no es necesariamente exclusivo). En todo caso estamos ante un dios levantino meridional surgido en los territorios por donde antiguamente vagabundeaban los shasu y luego trabajaban el cobre los edomitas... que, curiosamente, están por la parte del Sinaí, donde según la versión bíblica este nombre inefable "le fue revelado a Moisés". El primer texto donde aparece este dios YHWH de los judíos es una estela moabita conservada en el Museo del Louvre, y no sale muy bien parado: relata cómo los han derrotado y cómo las copas sagradas de YHWH son arrastradas ante un dios de Moab.

(Clic para ampliar)

En todo caso, resulta bastante obvio que el dios de los antiguos judíos es una mezcla del dios-toro supremo común a todos los pueblos canaanitas, Ēl (en su forma politeísta Elohim), y un oscuro dios secundario de los territorios meridionales absorbido en algún momento de su historia. En la práctica, no hay ninguna diferencia notable entre el Ēl levantino venerado por ugaríticos o eblaítas y el Ēl-Yahvéh adoptado por los judíos. Esta vieja deidad canaanita es la que siguen adorando casi cuatro mil millones de personas en el siglo XXI.

La diosa desaparecida.

Sí, eso de la diosa está muy de moda en la literatura comercial, pero todos los dioses antiguos tenían sus correspondientes diosas; y Ēl-Elohim-Yahvéh no fue una excepción. En el conglomerado cultural levantino, la diosa-madre de Ēl era Asherah, también conocida bajo otras variantes como Ashratu o Atirat. En la Épica de Baal ugarítica, Asherah es la creadora de los Elohim.

Asherah aparece en la Biblia, y muy específicamente en el Libro 2º de Reyes, donde se explica cómo destruyen su culto y queman "todos los objetos que se habían hecho para Baal, para Asherah y para todo el ejército de los cielos" (2 R 23:4-7) durante lo que parece ser el relato de una violenta represión monoteísta en plan talibán volando Budas (bueno, peor...). En otros puntos aparece traducida como un cipo que no debe ser plantado junto al templo de Yahvéh.

Y es que parece que el culto a Asherah como diosa consorte de Ēl-Elohim-Yahvéh era generalizado entre los judíos antiguos; existe un extenso registro arqueológico al respecto, y de hecho cualquiera diría que se trataba de una diosa muy popular antes de que los monoteístas pasaran todo por la espada y el fuego. Tampoco vayamos a idealizar según qué cosas: existe una posibilidad cierta de que a Asherah le fuera lo del sacrificio humano tanto como a su nuera Anat/Tanit, que según dicen se ponía cachonda oliendo a menor cocinado (o cocinada) en el Tophet. La verdad es que entre una panda de politeístas dispuestos a sacrificarte un churumbel para aplacar a la diosa y una panda de monoteístas dispuestos a sacrificar a todo el mundo para imponer lo suyo, me quedo con un AK-47 y salga el sol por Antequera. Sí, el pasado era un asco.

Pero lo cierto es que Asherah le encantaba a los judíos antiguos, decía, como demuestran numerosos hallazgos arqueológicos. Incluso se conservan inscripciones donde se la vincula directamente a Yahvéh, como un óstracon del siglo VIII aC descubierto por arqueólogos israelíes en 1975 donde se lee "yo te bendigo por YHWH de Samaria y Su Asherah" (yacimiento de Horvat Teman). Otro, de Khirbet el-Kom (cerca de Hebrón), pone: "Bendito sea Uriyahu por YHWH y Su Asherah; de sus enemigos le salvó!". Todo esto puede que suene a algunos un tanto herético, pero son descubrimientos avalados por arqueólogos de gran prestigio como Israel Finkelstein –profesor y ex-director del Departamento de Arqueología de la Universidad de Tel Aviv, co-director de las excavaciones de Megiddo y probablemente el mayor experto vivo en las Edades del Bronce y el Hierro hebreas– o Neil A. Silberman, del Departamento de Arqueología de la Universidad de Massachusetts. A quienes, por supuesto, los literalistas bíblicos y otros fanáticos por el estilo no pueden ver ni en pintura.

Copia del óstracon de Kuntillet 'Adschrud (Horvat Teman, Sinaí, Sur de Israel). En la inscripción (hebreo antiguo) se lee "A[shy]o al R[ey?] dijo: dí a (X) (Y) (Z), que seas bendito por YHWH de Shomron (Samaria) y su ASHERAH".

Hubo una diosa de Israel. En realidad, seguramente, hubo varias entre estos Elohim canaanitas. Que todo ello fuera barrido por el monoteísmo, y ahora se pretenda que jamás ocurrió, no le resta ni un ápice de veracidad. Pero, ¿qué pasó? ¿Cómo fue? Y, ¿por qué?

Monoteísmo.

Hoy en día tenemos a los israelitas por guerreros notables, pero esto no ha sido así muy a menudo durante el devenir de la historia. A lo largo de mucho tiempo fueron un pueblo pequeño y atrasado, al que le dieron para el pelo una y otra vez, resultando en numerosos exilios. Por ejemplo, los romanos. El Jerusalén que ahora visitan muchos crédulos pensando que están en la ciudad de Jesús es en realidad el desarrollo árabe de Aelia Capitolina: una colonia romana y bien pagana construida desde cero –incluído el trazado de las calles– después de que a las legiones imperiales se les hincharan las narices con los judíos, destruyeran la ciudad por completo y finalmente los mandaran a la diáspora para los siguientes diecinueve siglos. Pocas bromas con los latinos. Sí, hasta la Vía Dolorosa es una calle romana sin conexión alguna con el Jerusalén antiguo, como todo lo demás en ese lugar; para ser exactos, un ramal del decumanus maximus según la urbanización imperial estándar. La supuesta ubicación de los actuales lugares santos cristianos, judíos y musulmanes constituye ya una especie de chiste sacrílego por el que la gente parece dispuesta a seguir matándose.

No era la primera vez. Seis siglos y pico antes, en el 587 aC, los babilónicos de Nabucodonosor el Caldeo hicieron lo propio. Jerusalén fue saqueada, el Templo resultó destruido y a los hebreos se los llevaron a Babilonia como esclavos. Es durante este periodo de esclavitud cuando surge la religión abrahámica de la que emanan la judía actual, la cristiana y la musulmana. Fue sometidos en Babilonia o después donde escribieron la mayor parte de la Toráh y del Antiguo Testamento (incluidas las leyendas del Génesis, el Éxodo y el Pentateuco en general), y es también en este tiempo cuando se desarrolla el monoteísmo exclusivo y excluyente que las caracteriza.

Pongámonos en situación. Estamos en los tiempos en que mis dioses son más chulos que los tuyos porque te he vencido. Y los hebreos habían sido vencidos; pero vencidos del todo, tanto como su enemigo nazi dos mil y pico años después, con toma del Reichstag y toda la parafernalia. Más, si me apuras. Siguiendo la lógica de la época, los Elohim-Yahvéh deberían haber sido absorbidos bajo el paraguas del panteón caldeo; ni siquiera debería haber sido muy difícil, pues muchos de los Elohim levantinos eran paralelos a los dioses y diosas babilónicos.

Pero eso significaba perder por completo la identidad y desaparecer como pueblo; uno más, en los vientos de la historia. Es en este contexto donde surge una novedad (y, una vez más, no hay ningún dato histórico o arqueológico que permita pensar que sucedió antes). Por un lado, se crean una leyenda nacional fuertemente impregnada de mitología babilónica: el Diluvio Universal es un plagio directo de la épica sumeria análoga, Génesis 1 bebe directamente del Enûma Elish y Génesis 2 del Atrahasis, Adán es parecido a Adapa (y ambos son también cognados), la serpiente presenta extrañas similitudes con Ningizzida, y así con todo. Por otro, Elohim-Yahvéh pasa a ser un dios omnipresente, omnisciente, todopoderoso y único; y todo lo que le sucede a los hebreos –su pueblo elegido– forma parte de su plan, prediseñado desde el origen de los tiempos. Incluso sus enemigos trabajan para él sin saberlo. Con ello desaparecen también las historias mitológicas de dioses y diosas, pues ya no tienen sentido.

Esta es, sin duda, una novedad en la historia humana que no está documentada claramente en otro momento o lugar (aunque existen paralelismos en algunas tradiciones del hinduísmo).  Este dios ya no es exactamente sobrenatural, sino extranatural; todo se justifica en él y a través de él. No es mucho más que una forma de pensamiento circular (no confundir con el razonamiento circular de Aristóteles), pero ciertamente poderosa. Porque, aunque en un principio no sea más que una rareza de un pueblo de la Antigüedad, medio milenio y pico después comenzaría a convertirse en el sustrato religioso esencial de la mayor parte del mundo. Hasta nuestros días.

Ángeles y demonios.

¿Y qué pasó con el resto de los Elohim? Pues que se convirtieron en demonios. Belcebú, por ejemplo, es Baal Zebub, el dios de las moscas, en lo que muy bien podría constituir una corrupción más o menos despectiva de Baal Zebul (el dios de las alturas). Leviatán está probablemente relacionado con el monstruo ugarítico Lotan o Lawtan. Sin embargo, no es evidente de dónde se sacaron los nombres de los ángeles. El rabino del siglo III Simón ben Lakish reconoció que los ángeles antiguos no tenían nombre y las denominaciones actuales proceden (también) del exilio en Babilonia. En todo caso todos ellos son nombres teofóricos que incluyen la mención de Ēl: Gabriel, Rafael, Miguel, el musulmán Azrael, etcétera.

Ubicar estos ángeles y demonios en el nuevo monoteísmo resultó siempre bastante complicado. De manera particular, surge un ángel maléfico mayor (Satán, Lucifer, Iblis) que de una forma retorcida debe ser necesariamente un agente del dios todopoderoso, omnipresente y omnisciente (o, de lo contrario, este dios no podría ser todopoderoso, omnipresente y omnisciente). Todas estas entidades son la herencia del politeísmo precedente. Las religiones abrahámicas comparten varios niveles de ángeles (arcángeles, serafines, querubines...), uno o varios niveles de demonios (que los musulmanes llaman shaitan), un "demonio mayor" (Satán, Iblis...) y, en el caso exclusivo del Islam, una cantidad de genios (djinn).

El cristianismo, además, vuelve a multiplicar el número de entidades divinas mediante la Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres dioses en uno, de manera tan contradictoria e inexplicable que se considera un misterio divino). Y, en algunas denominaciones como la católica, incorporando lo que muy bien puede interpretarse como una semidiosa (la Virgen) y un santoral; muchos miembros de otras religiones o personas sin religión consideran estas incorporaciones una forma de politeísmo blando para facilitar su expansión e integración en territorios tradicionalmente politeístas y menos próximos al entorno cultural levantino.

Monoteístas e imperios.

Porque el éxito y la extensión de estas nuevas religiones (en su tiempo) está estrechamente vinculada a la expansión de los imperios que las adoptaron como propias; de manera notoria, el Imperio Romano tardío, el Califato Omeya y –después– los lugares a donde llegaron sus sucesores, conquistadores y comerciantes. Al principio, durante más de medio milenio, este monoteísmo abrahámico no fue más que una rareza judía y así se habría quedado si hubiera seguido siendo exclusivamente hebreo. Es su transmisión al cristianismo y al Islam lo que terminaría convirtiéndolo en una religión global.

Se ha insistido muchas veces en que esta idea del dios único y todopoderoso pega especialmente bien con las organizaciones sociales de tipo piramidal e imperialista, pero en mi opinión esto no resulta evidente por sí mismo. Hubo grandes imperios en la Antigüedad, perfectamente piramidales y perfectamente imperialistas, que eran politeístas o cualquier otra cosa que les pareciese bien. No es obvia la razón por la que el monoteísmo abrahámico fue aceptado por tantas gentes en tantos lugares distintos (aunque su carácter fuertemente proselitista y su alto grado de elaboración teológica puede aportar alguna luz); ni tampoco por qué nunca logró penetrar profundamente en algunos territorios importantes (los que ya estaban previamente ocupados por las religiones dármicas y orientales y no fueron desplazadas por la vía de la conquista militar o, en algún caso, comercial).

Parece como si este monoteísmo abrahámico hubiera sido especialmente capaz de destruir o absorber con relativa facilidad al animismo y el paganismo politeísta (haciendo mayores o menores concesiones), pero lo hubiera tenido mucho más difícil al enfrentarse con otros sistemas filosófico-teológicos complejos. A partir de mediados del siglo XIX, su expansión geográfica queda interrumpida en términos generales; el dominio colonial británico de India, por ejemplo, ya no resultó en su cristianización a niveles significativos (ni en el desplazamiento del Islam donde ya estaba presente, como Pakistán), a diferencia de lo que había ocurrido durante la colonización de América o estaba sucediendo aún en el África subsahariana. La fuerte presencia de potencias coloniales en la China del mismo periodo tampoco produjo una cristianización efectiva. Y no fue por falta de misioneros y proselitistas, ni en un sitio ni en el otro.

A partir del siglo XX, el monoteísmo abrahámico comienza a retroceder en sus lugares de origen. Por una parte se produce un fenómeno de sincretismo con una parte de estas religiones orientales, en lo que se suele llamar globalmente Nueva Era, sobre todo en Europa y Norteamérica; y, al mismo tiempo, un proceso de secularización rápida y muy significativa en Europa e Israel (y durante un tiempo también en el mundo islámico, antes de que una nueva forma de fundamentalismo emergiera en torno a las luchas de la Guerra Fría; una tendencia a la que tampoco son ajenos los Estados Unidos).

A principios del siglo XXI, el viejo dios Ēl de los cananeos sigue siendo la deidad más venerada del mundo bajo cualquiera de sus aspectos, a solas o mezclado con el Yah edomita; y, sin embargo, se tambalea en los países desarrollados. Seguramente ninguno de sus seguidores originarios, cuatro o cinco mil años atrás, soñó jamás que llegara tan lejos ni con formas tan diversas. Hasta hoy.
Bibliografía:
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  • Thomson, Thomas L. (1992) Early history of the Israelite people. Brill Academic Publishers, Leiden. ISBN 90-04-11943-4.

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